jueves, 15 de enero de 2015

Un fantasma más

Hace un par de meses la vi,
Nunca la había visto antes
Y pensé que nunca la vería de nuevo;
Cuán equivocado estaba.
Estaba sentada esperando algo,
Me pregunté si esperaba a alguien
O tan solo esperaba el bus
Que la llevaría al lugar donde estudiaba
O donde trabajaba,
No seguridad sobre ningún detalle.
Tenía un corte moderno en el cabello,
De esos cortes que te hacen
Parar de pensar en ti mismo un instante
Para crear un par de historias en tu mente
En las que ella, princesa silenciosa,
Es la única protagonista;
También tenía una mochila café
Que recorría su hombro izquierdo,
Rozaba sus imperceptibles pechos
Para dejarse caer sobre sus piernas,
Dándole cierto aire de libertad,
Un alma hippie en un cuerpo citadino
Luchando por no morir;
Estaba sentada,
Escuchaba música
Con los ojos entrecerrados,
“Una mujer con pasión”, pensé.
Seguí mi camino y llegué a mi casa,
No estaba muy lejos de aquella dama,
Me arrepentí de no haberla saludado,
Pero solo hasta que caí en la cuenta
De que no tenía el mejor aspecto,
De que no hubiera causado una buena impresión.
Encendí el computador,
Un par de minutos transcurrieron,
La había olvidado para siempre,
Otra historia que nunca ocurrió.

La vi de nuevo la semana siguiente,
Era jueves y el sol se escondía como siempre,
Dándole paso a una noche nublada,
Con una luna parca, sin estrellas.
Bajo el matiz anaranjado su piel brillaba,
Pero brillaba con calma, con delicadeza,
Daba la impresión de que podías mirarla
Un par de siglos sin cansarte,
De que ni siquiera era necesario hablarle
Aunque te dieran muchas ganas de hacerlo.
Esta vez tenía un cuaderno abierto
Sobre la pequeña mesa
Que solía ser de una tienda,
Ahora sabía que era una estudiante;
Era el mismo sitio de la vez pasada,
La hora no había variado mucho,
Tenía el mismo corte,
La misma mochila,
Los mismos audífonos;
Estaba sumergida en alguna ecuación,
El mundo le era irrelevante,
Innecesario;
“Una mujer dedicada”, pensé.
Seguí caminando,
La miré un par de veces por encima
De mi hombro izquierdo,
Escribía con la mano derecha
Sosteniendo el cuaderno de lado,
Lucía unos aretes dorados,
Pequeños y elegantes,
Le sentaban muy bien
A su rostro delicado,
A su diminuta nariz.
Llegué a mi casa,
No pensé demasiado en ella,
Solo la medida justa,
Lo mismo que pensaría en una modelo
Que me encontrara en una revista
De cualquier sala de espera;
Al otro día no había residuos,
La vida continuaba
Y ella no estaba a mi lado,
No pareció importarme.

Descubrí que cada jueves
Se sentaba en esa misma silla,
Qué bueno que era a la misma hora,
De otro modo le hubiera parecido extraño
Verme siempre;
Pues había decidido, de manera tácita,
Verla cada vez que pudiera,
Aunque solo fuera por un segundo,
Por los escasos instantes en que,
Sin falta alguna,
Caminaba frente a ella,
Frente a esa banca que ahora
Parecía tener alma.
Ella parecía reconocerme
Mientras yo no dejaba de pensarla,
Siempre usaba ropa de colores claros,
Le gustaban mucho los tonos pastel
Y su cuaderno tenía, como portada,
La fotografía de un pequeño perro,
Un labrador cachorro que se notaba alegre,
“¿Cómo no ser feliz a su lado?”, pensé.
A veces levantaba la mano para saludarla,
Ella me respondía con un movimiento
Suave y preciso de su cabeza,
Siempre acompañado por una sonrisa
Muy delicada que le hacía, por inercia,
Entrecerrar los ojos.
A veces no se presentaba a nuestra cita,
Entonces llegaba a mi casa
Con el pecho lleno de rabia,
De palpitaciones fuertes,
Con ganas de desaparecer siete días
Hasta nuestro próximo encuentro,
Al que era posible
Que tampoco se presentara;
Pero siempre volvía en el momento justo,
Nunca me dejaba olvidarla,
Yo nunca la dejaba estar ahí sin verme
Aunque fuera tan solo por escasos segundos.

Un día no volvió,
La primera semana el asiento estaba vacío,
La siguiente no había nadie,
La siguiente había alguien más ahí sentado;
Habían profanado su lugar,
Su diminuta eternidad,
Mis esperanzas de estabilidad,
Mis ganas de esperar siete días
A que el mundo volviera a tener sentido.
Nunca soñé con ella,
Nunca pasé la noche en vela
Imaginando largas conversaciones
Ni viajes a lugares paradisiacos
En los que podíamos sentirnos libres,
Ni siquiera me atraía su sexo,
Pues nunca nos visualicé desnudos
El uno frente al otro
En una lucha inútil y angustiosa
Por ser uno,
Por dejar de lado las posesiones;
No, con ella era todo diferente,
Con ella quería hacer una película
Y quedarme mirándola,
Dándole vueltas a la manzana
Para encontrarla una vez más
Con su cuaderno de perritos
Y su piel iluminada al atardecer,
Con ella quería percibir la música
Que se filtraba por esos audífonos,
Tal vez bailar,
Tal vez tomar una cerveza,
De seguro darle un beso silencioso,
Delirante de inocencia,
Antes de que se fuera a dormir.
Qué bien nos hubiera ido juntos,
Arrastrándonos por la vida,
Yendo a cine de vez en cuando,
Dejándome verla,
Dejándola ser lo que quisiera,
Ayudándola a ser lo que quisiera,
Aceptándola si me aceptaba.

Las mejores historias
Son las que nunca pasan,
Por eso nunca quise hablarle,
O, al menos, con esas palabras
Me convenzo de que no todo estuvo mal,
De que hice lo correcto
Y de que, quizás,
Ella pueda estar pensando en mí;
No hay mayor dolor que el propio,
El superpuesto,
El que existe porque así lo quieres,
Porque crees que te lo mereces;
Por eso sigo recorriendo las mismas calles,
Pasando frente a la misma silla vacía
Que ya ni siquiera existe cada jueves,
Sonriendo cada vez que veo un labrador.
“Qué bien nos hubiera ido”, pienso.

Qué bueno que no te conocí,
De seguro me hubieras hastiado
Con tu humana existencia,
Con tus posibles sufrimientos,
Con tus sueños rotos;
Ahora eres inmortal.  


Por: Juan José Cadena D.

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