Hace
un par de meses la vi,
Nunca
la había visto antes
Y
pensé que nunca la vería de nuevo;
Cuán
equivocado estaba.
Estaba
sentada esperando algo,
Me
pregunté si esperaba a alguien
O
tan solo esperaba el bus
Que
la llevaría al lugar donde estudiaba
O
donde trabajaba,
No seguridad
sobre ningún detalle.
Tenía
un corte moderno en el cabello,
De
esos cortes que te hacen
Parar
de pensar en ti mismo un instante
Para
crear un par de historias en tu mente
En
las que ella, princesa silenciosa,
Es
la única protagonista;
También
tenía una mochila café
Que
recorría su hombro izquierdo,
Rozaba
sus imperceptibles pechos
Para
dejarse caer sobre sus piernas,
Dándole
cierto aire de libertad,
Un
alma hippie en un cuerpo citadino
Luchando
por no morir;
Estaba
sentada,
Escuchaba
música
Con
los ojos entrecerrados,
“Una
mujer con pasión”, pensé.
Seguí
mi camino y llegué a mi casa,
No
estaba muy lejos de aquella dama,
Me
arrepentí de no haberla saludado,
Pero
solo hasta que caí en la cuenta
De
que no tenía el mejor aspecto,
De
que no hubiera causado una buena impresión.
Encendí
el computador,
Un
par de minutos transcurrieron,
La
había olvidado para siempre,
Otra
historia que nunca ocurrió.
La
vi de nuevo la semana siguiente,
Era
jueves y el sol se escondía como siempre,
Dándole
paso a una noche nublada,
Con
una luna parca, sin estrellas.
Bajo
el matiz anaranjado su piel brillaba,
Pero
brillaba con calma, con delicadeza,
Daba
la impresión de que podías mirarla
Un
par de siglos sin cansarte,
De
que ni siquiera era necesario hablarle
Aunque
te dieran muchas ganas de hacerlo.
Esta
vez tenía un cuaderno abierto
Sobre
la pequeña mesa
Que
solía ser de una tienda,
Ahora
sabía que era una estudiante;
Era
el mismo sitio de la vez pasada,
La
hora no había variado mucho,
Tenía
el mismo corte,
La
misma mochila,
Los
mismos audífonos;
Estaba
sumergida en alguna ecuación,
El
mundo le era irrelevante,
Innecesario;
“Una
mujer dedicada”, pensé.
Seguí
caminando,
La
miré un par de veces por encima
De
mi hombro izquierdo,
Escribía
con la mano derecha
Sosteniendo
el cuaderno de lado,
Lucía
unos aretes dorados,
Pequeños
y elegantes,
Le
sentaban muy bien
A su
rostro delicado,
A su
diminuta nariz.
Llegué
a mi casa,
No
pensé demasiado en ella,
Solo
la medida justa,
Lo
mismo que pensaría en una modelo
Que
me encontrara en una revista
De
cualquier sala de espera;
Al
otro día no había residuos,
La
vida continuaba
Y
ella no estaba a mi lado,
No
pareció importarme.
Descubrí
que cada jueves
Se
sentaba en esa misma silla,
Qué
bueno que era a la misma hora,
De
otro modo le hubiera parecido extraño
Verme
siempre;
Pues
había decidido, de manera tácita,
Verla
cada vez que pudiera,
Aunque
solo fuera por un segundo,
Por
los escasos instantes en que,
Sin
falta alguna,
Caminaba
frente a ella,
Frente
a esa banca que ahora
Parecía
tener alma.
Ella
parecía reconocerme
Mientras
yo no dejaba de pensarla,
Siempre
usaba ropa de colores claros,
Le
gustaban mucho los tonos pastel
Y su
cuaderno tenía, como portada,
La
fotografía de un pequeño perro,
Un
labrador cachorro que se notaba alegre,
“¿Cómo
no ser feliz a su lado?”, pensé.
A
veces levantaba la mano para saludarla,
Ella
me respondía con un movimiento
Suave
y preciso de su cabeza,
Siempre
acompañado por una sonrisa
Muy
delicada que le hacía, por inercia,
Entrecerrar
los ojos.
A
veces no se presentaba a nuestra cita,
Entonces
llegaba a mi casa
Con
el pecho lleno de rabia,
De
palpitaciones fuertes,
Con
ganas de desaparecer siete días
Hasta
nuestro próximo encuentro,
Al
que era posible
Que
tampoco se presentara;
Pero
siempre volvía en el momento justo,
Nunca
me dejaba olvidarla,
Yo
nunca la dejaba estar ahí sin verme
Aunque
fuera tan solo por escasos segundos.
Un
día no volvió,
La primera
semana el asiento estaba vacío,
La
siguiente no había nadie,
La
siguiente había alguien más ahí sentado;
Habían
profanado su lugar,
Su
diminuta eternidad,
Mis
esperanzas de estabilidad,
Mis
ganas de esperar siete días
A
que el mundo volviera a tener sentido.
Nunca
soñé con ella,
Nunca
pasé la noche en vela
Imaginando
largas conversaciones
Ni
viajes a lugares paradisiacos
En
los que podíamos sentirnos libres,
Ni
siquiera me atraía su sexo,
Pues
nunca nos visualicé desnudos
El
uno frente al otro
En
una lucha inútil y angustiosa
Por
ser uno,
Por
dejar de lado las posesiones;
No,
con ella era todo diferente,
Con
ella quería hacer una película
Y
quedarme mirándola,
Dándole
vueltas a la manzana
Para
encontrarla una vez más
Con
su cuaderno de perritos
Y su
piel iluminada al atardecer,
Con
ella quería percibir la música
Que se
filtraba por esos audífonos,
Tal vez
bailar,
Tal vez
tomar una cerveza,
De seguro
darle un beso silencioso,
Delirante
de inocencia,
Antes
de que se fuera a dormir.
Qué
bien nos hubiera ido juntos,
Arrastrándonos
por la vida,
Yendo
a cine de vez en cuando,
Dejándome
verla,
Dejándola
ser lo que quisiera,
Ayudándola
a ser lo que quisiera,
Aceptándola
si me aceptaba.
Las
mejores historias
Son
las que nunca pasan,
Por
eso nunca quise hablarle,
O,
al menos, con esas palabras
Me convenzo
de que no todo estuvo mal,
De que
hice lo correcto
Y de
que, quizás,
Ella
pueda estar pensando en mí;
No hay
mayor dolor que el propio,
El
superpuesto,
El que
existe porque así lo quieres,
Porque
crees que te lo mereces;
Por
eso sigo recorriendo las mismas calles,
Pasando
frente a la misma silla vacía
Que ya
ni siquiera existe cada jueves,
Sonriendo
cada vez que veo un labrador.
“Qué
bien nos hubiera ido”, pienso.
Qué bueno
que no te conocí,
De seguro
me hubieras hastiado
Con tu
humana existencia,
Con tus
posibles sufrimientos,
Con tus
sueños rotos;
Ahora
eres inmortal.
Por:
Juan José Cadena D.
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