Puedo
jurar que estaba lloviendo. Puedo jurar que en el ambiente se sentía ese
extraño olor a muchedumbre que no tiene la menor idea de lo que está haciendo
pero sigue dándole vueltas a los mismos asuntos por simples formalidades. Ahí
todo era transitorio, un simple papeleo que se archiva en el rincón más recóndito
de la memoria, todos listos para ser sepultados bajo una serie inexplicable de
vacilaciones para después ser incendiados sin razón aparente. Pero no hay
problema, todos los aceptaban así, estoy seguro que no cabía ni una pisca
miserable de humanidad en medio de esos entes revueltos y a la vez dispersos
por quién sabe cuantas dimensiones paralelas. Yo me encontraba lejos del mundo
ante la cómoda, y al mismo tiempo hipócrita, visión de recuerdos inexistentes,
sostenido por una pluma barata que se tambaleaba con cada tic-tac del reloj.
Click, tic-tac, pum. Al suelo y todo queda negro para después ser consumido por
la indescriptible neblina de la realidad.
No
sé, para mí seguía lloviendo y no tenía ganas de saludar. La verdad no tenía
ganas de nada, excepto tal vez dedicarme a examinar minuciosamente reacciones
ajenas, una clase teórica y práctica de la que no se saca provecho alguno. Demasiado
tiempo libre es igual a un estado mental un poco diferente, a metas mentirosas
que te trazas, a carreras un poco inútiles contra la misma inutilidad, a
quedarse a la espera de un cruce con la realidad. Yo estaba aislado y un poco
perdido, aguantando el inclemente y fatídico tedio en medio de personas que se
dejan llevar por sus instintos preventivos y barreras psicológicas. Pero no pasaba
nada, rayos, todo estaba estático, truenos, con el mismo olor a putrefacción cocinándose por todas partes,
tic-tac.
Puedo
asegurar que no fue la primera vez, siempre cuando andas medio muerto llega un
rayo de esperanza o sucumbes a la perdición. No puedes andar vagando entre dos
mundos porque terminas siendo de ninguno de los dos, yo estaba un poco aquí y
un poco allá, entre las estrellas y un amanecer, y admito que no encontraba
motivos para seguir gestionando misiones absurdas. Apareció, eso creo,
simplemente no quiero gastar tantas líneas, digamos que se materializó desde
adentro, desde la pureza infinita hasta las curvas peligrosas que resbalan con
ese color alegre y un poco pasional. Juro que olía a olvido y aventura, a esa
extraña mezcla entre la nada y una sonrisa desinteresada. Tic-tac, todo
perfecto, tic-tac, no tenía razones para andarme convenciendo de inutilidades,
tic, por fin algo de paz, tac, se le pudo haber llamado alegría, tic-tac, se
fue y no volverá, tic, nada dura para siempre, tac. Todo negro y de nuevo a
vagar por ese océano tormentoso de necedades ajenas.
Yo
ya no estaba, ya no quería ser un pilar de sobra en aquella construcción mal
diseñada y ejecutada por un pésimo grupo de trabajadores y no tenía ganas de
mojarme. Pero llovía a cantaros, más que nunca, puedo jurar que te empapabas
con solo escucharla. Yo estaba tirado en mi esquina con la vista fija en el
bombillo apagado. ¿Será posible que llueva todos los días?, tic-tac, la verdad
ese era uno de esos días en los que la verdad no tenía importancia. Yo solo
sabía que estaba cansado de cargar un alma en pena que ni siquiera era mía, de
andar arrastrando las cadenas moribundas de un pasado tormentoso pero no
malintencionado, quería correr y dejarme llevar. Vi junto a mi pie un pequeño
riachuelo que nacía y no se me ocurrió mejor idea que dejarme llevar por él.
Hasta la próxima, buena suerte, nunca cambien. Ahora sí tengo un camino, un
camino que de seguro no lleva a ninguna parte, pero al menos puedo recostarme
boca arriba y descansar con la certeza de que no estoy tan estático e
inamovible como la realidad sin sentido que suele rodearme.
Dese
aquí, desde la extraña inexistencia, no hago más que reclamar a gritos un
pequeño empujón del destino, una playa donde todo tenga un poco de sentido.
Pero no, olvídenlo, lo que en verdad quiero es sentirme de nuevo como me sentí
aquel día, tic, que lástima ser un trámite más, un chasquido de dedos, una
muerte sin importancia, una promesa de olvido, tac.
Por:
Juan José Cadena D.