viernes, 28 de diciembre de 2012

Flashback


El aire helado que se revolcaba a mí alrededor, dejándome atrapado en una serie de remolinos nevados que no dejaban ver más de cinco metros hacia cualquier dirección. No sé si era neblina o el aliento de miles de soldados enemigos que nos rodeaban, no quería pensar en eso, a la hora de la verdad ni siquiera sabía si pensaba en algo diferente a la batalla. Revise mi bolsillo izquierdo, aparentemente soy surdo, y tan solo encontré un anillo bastante oxidado, seguramente expuesto al agua y al viento inclemente de todos los climas y todas las alturas. ¿Estoy casado? No puede ser, si lo estuviera recordaría su rostro y lo tendría en mi mente, siendo ella el icono de la seguridad, el amor, el calor de una chimenea, ¿por qué no la recuerdo? Debe ser por el terrible olor que me rodea, carne putrefacta, aquí han luchado por más de dos días sin tregua alguna. Sigo marchando a un compás que creía desconocer, adelante, atrás y ambos lados solo encuentro filas de personas uniformadas, todos tienen ese aire a vagabundo desalmado y sin futuro que refleja una vida llena de necedades. Uno que otro está muy serio, y ellos son los que tienen más flechas en su hombro izquierdo, deben ser los superiores. Ya está entrando la noche, el cielo se torna indeciso y plano, como si en cualquier momento alguien fuera a reventar una cuerda y dejarlo caer sobre nuestras cabezas que se protegen con cascos bastante grandes y pesados. Creo que no he dormido, o tal vez si dormí pero llevo demasiado tiempo caminando, o simplemente estoy sometido a mucho estrés, pero no, no hay estrés, la vida militar es fácil, sigue todas las ordenes y llegaras a  la cima, seguramente anoche monté guardia.

Por fin nos podemos sentar, mis piernas se deshacen como gelatina y caigo boca arriba, tres o cuatro corren a mi auxilio, sin temor a equivocarme diré que son mis amigos, con los que juego póker por las noches, apostando las pocas pertenencias que tenemos, el pan más que otra cosa. Me miran con mucha preocupación al principio, pero al ver que estoy consciente se ríen, les parezco un flojo, que debería desertar, internamente me burlo de ellos por tener una familia, por tener adonde ir en caso de que deserte. Hago un esfuerzo y quedo sentado, les digo que charlemos un rato y comamos nuestra porción diaria, el de ojos azules y cara de extraterrestre se ríe de nuevo y me recuerda que anoche perdí la comida de hoy, que por eso no tengo energía, que por eso estoy tan flojo. Les lanzo una mirada hipócrita y cambio el tema. Durante la guerra nadie habla de estrategias militares ni calibres de escopeta, mucho menos del futuro o del pasado, todos se acuestan boca arriba a ver las nubes e inventar historias, a ver cómo salir de esa realidad horrenda aunque sea por unos segundos. Por eso es que los guerreros de corazón, que le brindan su cuerpo y alma a las batallas, nunca saben nada a ciencia cierta, todo lo imaginan, todo es hermoso a sus ojos, todo brilla después de ver los ojos de un cadáver puestos en el infinito. Creo que soy un novato, aún sé muchas cosas, aún siento el viento en mi cara, me desnuda, me hace bailar, siento como se contorsiona frente a mis ojos. Soy radical y crédulo, me importa demasiado entender, planear el siguiente paso, eso en la guerra no sirve, en la guerra el próximo paso es el último que darás, de resto es un regalo otorgado por las divinidades o el destino.

Todos gritan, no había caído en cuenta que este no es mi idioma, pero lo entiendo a la perfección, es más, he estado hablándolo todo el día y toda la noche, creo que ya está amaneciendo, el cielo se torna zapote, como si se hubiera manchado de sangre y alguien allá arriba estuviera intentando limpiarlo. Tomé mi fusil y corrí a lo que dieran mis piernas, no tengo energía, me arden los músculos y el frio me carcome los huesos. Todos me sacan ventaja en medio de gritos, allá en la lejanía me espera la trinchera que da el pasaporte para unos instantes más en el infierno. No doy más pero sigo corriendo, siento que el aire ya no entra a mis pulmones, estoy corriendo con mis reservas. Ya todos llegaron, no estoy tan lejos, quiero llegar, es lo único que deseo, Rachel me espera en casa con mi hijo que ya debe estar caminando y hablando. ¡Rachel! Ella es mi esposa, por ella correré, le juré que volvería con vida, que no sería otro costal de huesos en medio del campo de batalla. La veo con perfecta claridad, es mi ángel de la guarda, mi musa, mi fuente de la juventud. Por ella corro, por ella doy un poco más del máximo, todo lo que hago es por ella, por verla de nuevo, por besar sus labios aunque sea una vez más. Ahí está la trinchera, ya huele a sudor condensado de muchos soldados, amigos, pares, hermanos de armas. “¡Charles!”  Gritan todos al unisonó, ese es mi nombre, o al menos eso creo. Me arde la espalda después de escuchar un resoplido del aire, un artefacto que cruzó los remolinos helados, es enorme, se expande. Mis tímpanos se revientan, todo es calor y sufrimiento, el estruendo está adentro de mis orejas. Lo último que veo es el rostro angelical de Rachel que me llora, no hay más sufrimiento que el de ella, yo ya no siento nada, creo que no existo. De un salto quede sentado en mi cama, el estruendo seguía en mis orejas, me dolía levemente la cabeza, entonces recordé que desde niño me ha dolido la espalda en la parte alta, lado izquierdo. Voy al espejo y miro el punto exacto, está normal, al palparlo encuentro el rostro de Rachel llorando, un flash, menos de un segundo. De reojo miro mi cama y poco a poco recuerdo que vivo solo, que acabo de graduarme del colegio, que me llamo Francisco y que vivo en una mansión en algún país de América Latina.

Por: Juan José Cadena D.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Inalcanzable



Estoy hablando desde la ausencia,
Desde la putrefacta lejanía.
No te niego que sigo pensando en tus pasos
Que se desnudan en el vaivén de un resoplido,
 Llueven desde el suelo como ceniza,
Y  me miran mientras finjo no mirarlos.
No pienso mentir, por eso no lo niego,
Negarlo sería negar tu imagen bailarina
Que a las dos de la mañana no encuentra
La salida de mis sueños,
Por no encontrarse a sí misma
Ni a sus múltiples facetas vespertinas.

Todo se siente tan inalcanzable
Que poco a poco y sin darte cuenta
Dejas de sentir.
Todo está allá, en el infinito
En el fondo del salón de juegos
Que se contorsiona levemente
Fuertemente
Intempestivamente
Ante tus lágrimas risueñas y saltarinas,
Ante las dudas fantasmagóricas
Ocultas tras las líneas de tu maquillaje.

Mentira, eso eres
Eso has sido todo el tiempo
Sin tener que seguirlo siendo,
Pero lo eres y te gusta serlo,
Aún fingiendo no darte cuenta 
Lo sigues siendo en silencio,
Silencio tan mentiroso como tu mirada.

Y no necesito estar muy cuerdo
O muy presente,
Ni siquiera necesito estar vivo,
Para darme cuenta de aquella realidad,
Realidad  que me mantiene ausente,
Sintiendo todo tan lejano,
Inalcanzable.

Por: Juan José Cadena D.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Como Siempre


Te escribo aquí desde mi escritorio
Que esta inclinado levemente hacia tu imagen,
Desde el vaivén de un parpadeo
Que se escapa por muy poco de la muerte.
Te escribo desde mi ignorancia,
Desde cada uno de mis pasos
Que se esconden suavemente de los tuyos
Como el sol suele esconderse de la luna.
Te escribo desde la nada,
Desde la piel que se retuerce  por todos,
Todos y cada uno de tus besos.
Te escribo sin haberte escrito nunca,
Sabiendo que no tengo porque escribirte,
Siendo consiente que no quieres que te escriba,
Pero igual te escribo.

Te escribo aquí sentado como siempre,
Leyendo mis pupilas mentirosas
Reflejándose en el mar profundo de tus ojos.
Te escribo desde la lejanía,
Desde más allá del horizonte,
Desde el infinito,
Desde la puerta de tu casa.
Te escribo tanto sin sentido alguno
Que pierdo el hilo de lo que estoy diciendo,
Y  no me queda más remedio,
Que escribirte de nuevo,
Desde el principio.

Por: Juan José Cadena D.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Un Golpe del Destino


Tras haberme despedido de Rodrigo en la esquina, cada quien tomó su camino, y he de admitir que venía más alegre de lo normal sin motivo alguno. Cada paso durante las siguientes cinco cuadras iban acompañados de un toque de gracia, de una sonrisa lela de retrasado mental y de un leve aroma a café recién hecho con muchísima crema. No pienso ponerme a inventar historias fantásticas y hermosas en las que todo parece magia, la verdad no sentí nada antes de ese momento, yo venía calmado y perdido en los laberintos de mi imaginación traviesa, la cual por algún capricho del destino me situaba en medio de una tormenta, peleando con una serpiente gigante con gafas de sol. Fue algo repentino, después de cruzar la calle sentí que el mundo se volteaba en medio de un torbellino de dolor y malas palabras que brotaban de mi boca instintivamente. Menos mal solo era un montador de bicicleta aficionado, muy barrigón y con un olor a mil demonios enjaulados, que al no saber qué hacer conmigo dejó su bicicleta roja tirada en el  piso y corrió a pedir ayuda quién sabe a quién. Dude un poco si fingir una lesión de poca gravedad para que el gordo con facha de indígena analfabeta perdiera un par de horas o intentara indemnizarme, pero más fueron las ganas de no volver a sentir ese olor putrefacto que brotaba de sus axilas, así que me levanté y di un par de pasos rápidos para asegurarme que todo estaba bien. Seguí mi camino, ahora maldiciendo mentalmente a ese extraño individuo que por torpeza había ensuciado mi camiseta nueva, pero no había avanzado más de una cuadra cuando escuche un grito femenino que por poco rompe mi tímpano derecho.  “¡Ladrón!”, me volteé con gran habilidad, adoptando una postura rebelde, listo para cualquier pandillero que quisiera pelear conmigo para hacerme héroe por un día, pero no, solo la encontré a ella señalando hacía la calle con una expresión en el rostro que demostraba más ansiedad que pánico, como si nunca hubiera presenciado un robo antes, cosa bastante extraña en este país de locos llamado Colombia. Cuando miré la calle no pude evitar que las carcajadas me invadieran hasta el punto de hacerme llorar, en una extraña combinación de satisfacción y sorpresa, pues me encontré con una bicicleta roja conducida por un niño de unos ocho años a toda velocidad perseguida de forma lerda por el gordo que acababa de atropellarme, y como si fuera poco el niño hacía ruidos que simulaban la respiración de un cerdo mientras lo acusaba de ser demasiado lento para merecer una bicicleta tan bonita. “Karma” exclamé tras haberme reincorporado, tratando de incentivar a la extraña que tenía enfrente a que me preguntara de que me reía, obviamente no funcionó y me sentí como un potencial esquizofrénico al estar hablando solo. Me quedé mirándola, no era nada del otro mundo, pero puedo jurar que nunca había visto una mujer que se acercara tanto a mi definición de perfección. No me voy a poner a contarles cada uno de sus detalles, aunque no lo crean tengo más cosas que hacer, solo les diré que me cautivo su dedo corazón de la mano derecha levantado acompañado de un “Ándate a la mierda miserable”. No quise retar más mi suerte y me fui calladito a mi casa, que queda tan solo a una cuadra del lugar del incidente, por encima del hombro me encontré con su figura apoyada en un poste de la luz, dispersa, seguramente pensando en miles de insultos mejores que pudo haberme dicho, porque mejor no nos mintamos, fue bastante flojo, aunque me dolió proviniendo de esos labios.

 Llegué a mi casa y puse la música a todo volumen para que las malas energías salieran flotando por las ventanas, debajo de las puertas y demás agujeros que pudieran encontrar. Al ver que no podía controlar mis pensamientos tomé una almohada, y apoyándola con fuerza contra mi boca abierta grité a todo pulmón, pero nada, la imagen de esa desconocida mirando las nubes, coloreándolas con sus ojos cafés a las cinco en punto de la tarde de un día cualquiera no se iba. Terminé indignándome y sucumbí ante la impotencia, llamé a mi ex novia y quedamos de salir a comer esa misma noche para “arreglar las cosas”, yo solo quería tener la mente ocupada en cualquier actividad de interacción humana. A las ocho y media la recogí en su casa, estaba con un vestido verde que resaltaba el maquillaje de excelente calidad que se había puesto. Usaba todo lo que yo le había regalado durante los cinco meses de noviazgo, los tacones, el reloj, la cartera, los aretes y el collar, la combinación no quedó para nada bien lo cual me provocó un poco de lastima, pero por respeto ignoré el enorme detalle y seguí manejando en completo silencio hasta llegar al restaurante pactado previamente. Yo comí un buen pedazo de carne asada y ella una ensalada bastante simple, “¿No tienes hambre?”, “sí, pero es que ese gordito de acá me está matando” respondió señalando la parte superior a su cadera. Nunca he sido una persona de malgenio o irrespetuosa, pero fueron los pequeños detalles los que me sacaron de quicio, esa ropa mal combinada a propósito, el exceso de maquillaje, la forma en que la mano le temblaba mientras comía, y ese sinfín de amagues antes de dar algún apunte irrelevante. Me sentí poderoso, como si ella dependiera solo de mí, y a la vez sentí que me merecía algo mejor que ese circo mediático parlanchín que tenía enfrente tratando de generar lastima. “Acomplejada de mierda” le dije mientras dejaba un par de billetes de cincuenta mil pesos en la mesa, “con lo que te devuelvan pedí un taxi, a mí no me jodas más la vida”. Me fui con la misma alegría extraña que había sentido esa tarde al despedirme de Rodrigo, solo que ahora entendía que era por la liberación de una carga, por haber dado un golpe de autoridad a esta sociedad y sus principios. Debo admitir que ni un segundo dejé de pensar en ella, tal vez esa fue la fuerza que me impulsó a dejar a la pobre María Fernanda sola, llorando a grito herido en medio de un restaurante decente, esa fuerza que me decía que yo había sentido algo que ella nunca entendería, que de alguna manera yo era mejor que ella.

Durante los próximos diez días no hice más que encontrarme la misma figura que vi aquella tarde por encima del hombro. Siempre relacionaba todo con esa extraña que se atrevió a decirme “miserable”, pero era extraño, no la extrañaba a ella, extrañaba solo la forma en que me hizo sentir mejor que los demás, como si ella fuera una droga y yo ya fuera un adicto sin remedio. No comí bien ni podía dormir, mis amigos ya se estaban empezando a preocupar, pero a mí no me importaba no tenerla porque sabía que me iba a terminar decepcionando. Al onceavo día la vi de lejos, extrañamente traía puesta la misma blusa blanca de la última vez, revise me atuendo para cerciorarme de que no me pasara lo mismo pero fue inútil, no recordaba ni por casualidad lo que me había puesto ese día que se veía lejano, inalcanzable. Planeé arduamente mi plan, quería causarle una buena segundo impresión, los pasos se dilataban entre más me acercaba a ella, y al no encontrar explicación del porqué miré el reloj para encontrarme con las cinco en punto de la tarde, hora muerta en la que solo se escucha la respiración de unos pocos allá en la lejanía. Cuando estaba a escasos veinticinco pasos de distancia preparé mis garganta para el saludo, pero en ese preciso instante sentí un  dolor punzante en mi pierna derecha y el mundo se vino al piso en un parpadeo. Cuando abrí los ojos me encontré con la figura de esta extraña, reina y señora de mis sueños, con el dedo corazón elevado diciéndome “karma” mientras se montaba en un BMW último modelo. Un olor asqueroso desvió mi mirada hacia la derecha y me encontré con la cara llena de granos del mismo hombre de rasgos aindiados de la última vez diciéndome “Creo que usted le gusta a esa señora, lástima que esté casada con uno de los narcotraficantes más buscados del país”.

Por: Juan José Cadena D.

Una Leve Sospecha



Siempre he sido un poco complicado, desde que tengo memoria he sido una persona llena de detalles extraños que saltan a la vista. Soy introvertido y me encanta criticar a las personas, sentirme superior mientras sacó cada imperfección de los otros a la vista, reírme en las narices de los otros mientras sé que no pueden decir nada para desmentirme. Soy como una cucaracha, el otro día entre al baño y estoy seguro que eso fue lo que vi en el espejo, una criatura andrógina llena de llagas que expulsaban pus a presión y ensuciaban las paredes y el techo, me metí a bañar inmediatamente y salí siendo el mismo pedazo de mierda de siempre, ni siquiera supe como sentirme al respecto. Me gusta escuchar el sonido del silencio cuando tengo la certeza de que no proviene de la nada, y puedo jurar que en esos momentos ni siquiera pienso, simplemente entro en trance y me deslizo con suavidad por las colinas heladas al medio día, es la mejor sensación que he podido descubrir hasta el momento. No me considero una maquina sexual, a diferencia de muchos que conozco, asumo que algún día así sea por error terminare introduciendo mi semen en alguna vagina flácida y quedare encartado para siempre con un hijo que seguramente me odiara, y lo peor de todo es que me va a tocar “amarlo” porque así lo dicta el código ético moral que rige el mundo. Por eso no me masturbo así tenga el miembro más inflado que el margen de ganancias del Vaticano, es un error de la naturaleza que los humanos se reproduzcan, ilógico desde cualquier punto de vista, empezando por el hecho de traer otro pobre niño inocente a que lo devore esta sociedad de mierda.

El otro día estaba en medio de alguna clase de poca importancia, nunca he podido tomármela en serio por andarle viendo la cola y las tetas a la profesora, quien además de todo no puede pronunciar bien las eses, y termina hablando como una centroamericana que intenta imitar el acento vasco, sin éxito por supuesto. La profesora es una monita recién graduada de alguna universidad de poca monta, no está muy segura de cómo manejar los estudiantes y siempre trata de entendernos y escucharnos, como si no supiera que todos los estudiantes con un poco de sentido común solo tratan de aprovecharse de su suavidad, pobre ingenua. Normalmente en esa clase no hago más que escribir, me siento en el último puesto junto a la ventana y me tiro de lleno al mundo de la literatura en movimiento, siempre que acabo algún escrito lo doblo de forma sistemática, aprendida tras muchos intentos fallidos, y lo vuelvo un pequeño avioncito de papel, lo arrojó con todas mis fuerzas por la ventana del tercer piso y veo como planea de forma delicada sobre la calle antes de ser aplastado por algún carro o los pies de un transeúnte distraído. He ahí el fin de mi arte, me niego rotundamente a prostituirla como han hecho tantos, es solo mía, el rugido de mi alma que se transforma en frases que me mueven, no tienen que mover a todos, solo a mí. La profesora trató de hacerse la de carácter fuerte e interrumpió mis pensamientos diciendo “señor Morales, ¿podría repetirle a la clase lo que acabo de decir?”, la miré de reojo con el pulso sanguíneo acelerando en mis sienes, me erguí en el asiento y clave mi mirada en sus ojos oscuros, trastabillo dando un paso hacia atrás y vi en su rostro la firme intención de decir algo, me le adelanté, “Me gustaría repetirlo querida profesora, pero lo que usted dijo es una absoluta barbaridad, cuando diga algo que al menos tenga sentido o esté comprobado, con mucho gusto lo repetiré ante todos mis compañeros.”. Su mirada se hizo lisa mientras yo me volteaba para lanzar un poema a las afueras del edificio en forma de avioncito de papel, como noté el silencio absoluto en el salón decidí agregar “Y por favor no me molesten más que yo estoy aquí tranquilo”. Desde ese día no he vuelto a cruzar palabra con esa señora, el otro día la salude al entrar al salón y me anotó falta por irrespetarla, me alegó que en mi saludo le había estado mirando el busto, y no lo voy a negar, esas tetas se ven deliciosas. Ahora solo me siento en esa clase a imaginar como la secuestro y le corto los dedos de las manos y los pies antes de violarla y matarla con mis propias manos, estoy seguro que nadie la extrañaría, es un ser que no marca diferencia positiva alguna en el mundo.

Me gusta mucho manejar, pero eso sí, manejar rápido, sintiendo como el aire entra por la ventana abierta hasta la mitad, sacudiendo el mundo que he formado a base de acelerador. No me importa si estoy solo o acompañado, sentado frente al volante me siento la persona más sola del universo, siento que me convierto en una maquina con propósito definido, un montón de conectores que hacen “click” en mi cuerpo para llegar a algún punto de la lejanía. Luego miro de reojo a la derecha y encuentro el cuerpo presente de la ausencia, siempre he querido que ella esté ahí sentada a mi lado, sintiendo el viento que entra a ráfagas por la ventana entreabierta, pero nada. No sé si sea lógico extrañar a alguien que nunca ha estado ahí, pero así es, no encuentro otra forma de describirlo. Es su lugar y punto, si alguien más lo ocupa es porque ella se lo ha prestado por medio de telepatía, o el universo encontró la forma de que ella accediera sin que el otro se diera cuenta, no lo sé y no me importa, solo estoy seguro de que es así. Doy las curvas bien cerradas para ser empujado hacía el espacio vacío a mi derecha, esperando que de alguna forma este desaparezca ante mi tentativa de ocuparlo, pero solo encuentro su imagen diciéndome en voz baja “no te preocupes, yo te lo presto, solo recuerda que cuando te lo pida debes devolvérmelo sin vacilar”, y como el perro obediente que soy me vuelvo a abrochar el cinturón de seguridad y llego a ciento veinte kilómetros por hora. Siempre peleó con todos los que se me atraviesan por el simple gusto de ver su cara llena de odio y su dedo del centro levantado, sus palabras son las mismas, gritos soeces que se pierden en el viento que roza mis llantas, y se va diluyendo en mis carcajadas.

Anoche no dormí nada por andar pensando en los colores que se esconden detrás del arco iris, estoy seguro que no es más que una burocracia que impide que los colores de clase baja no sean exhibidos, así funciona todo en el mundo humano, la ley del más fuerte y el más bonito, aquí siempre se sabe quién va a ganar antes de que empiece la pelea, eso le quita gracia pero le sube intensidad a cada segundo que se consume. Estuve meditando, inventando historias sobre el nacimiento del primer humano, el uso de la razón como nueva divinidad, una alcanzable pero amorfa, abstracta, totalmente impalpable. Cuando duermo siempre sueño lo mismo, estoy perdido en una isla que parece más una prisión, ahí me encuentro con ella desnuda pero censurada por tres hojas de mierda que me gustaría destrozar con los dientes. Le hablo y no me entiende, me habla y no le entiendo, pero siempre me levanto feliz porque al menos hay un espacio en el universo en el cual nos miramos a los ojos. Es triste depender de los sueños para estar tranquilo, pero es la única forma legal de ver otra dimensión, y no les voy a mentir, es una dimensión mil veces mejor que la nuestra, sin muertos todos los días, masacres, abusos de poder, ni monas estúpidas que no saben hablar, si no fuera por esas tres hojas que la censuran sería un mundo perfecto. A veces pienso que si el  mundo de los sueño fuera perfecto no habría razones para despertar, compraría muchísimos calmantes y me acostaría a tomarme uno por uno, pasándolos con agua, y entrar a ese mundo poco a poco, con mucha suavidad para no perturbar la paz. La muerte debe ser muy similar a los sueños, solo que en vez de encontrarte como una persona o un animal en un mundo sin sentido serías el mundo en sí, sintiendo como los ríos te atraviesan, como las montañas se van alzando entre tus brazos que ahora son eternos. ¿Pero entonces qué sería el sol? ¿Acaso todos somos sol?, la energía que nos deja vivir proviene de allá arriba, y por lo tanto el sol se ha convertido en innumerables partículas energéticas que transitan nuestro cuerpo a cada instante, volviéndonos pequeños cuerpos celestes que deambulan en una esfera de tiempo y espacio continuos. Por eso no duermo tan seguido, me da miedo que me termine convenciendo de quedarme, aceptando esas tres hojas como parte de la belleza subjetiva, así como he aceptado su tono de piel, la trenza que dibuja la caída de su pelo y el sonido que proviene de sus cuerdas bucales como melodía inédita para mis oídos.

Ya ni siquiera estoy seguro de si estoy escribiendo o estoy pensando, creo que al comienzo estaba acostado en mi cama viendo el techo, tres manchas de humedad que ahora son como mis hijas. Pero ya no sé ni donde estoy parado, ¿Estaré parado?, solo veo muchas imágenes que se interponen y se atacan entre ellas, alegando que ellas son la verdad absoluta y que me dejen tranquilo. Yo solo quería sacarme a esta mujer de mi cabeza, quería hacer catarsis y que se quedara todo lo que siento por ella en un pedazo de papel, doblarlo con dulzura en forma de avioncito de papel y lanzarlo en llamas a la calle. Dicen que el primer amor nunca muere del todo, yo creo firmemente que ningún amor muere, es como la materia, solo se transforma y tergiversa. El odio es una clase de amor, uno inentendible, una obsesión que desgasta al más fuerte y lo deja como un saco de huesos que bombea sangre. Yo ya ni sé si la amo o la odio, o simplemente tengo muchas ganas de sentarme a hablar con ella, apartar el resto del mundo y sus problemas sin solución y decirle viéndola a los ojos “hola, ¿Cómo has estado?” y que responda, no pido nada más. Es por eso que se me ha olvidado hablar, por andar pensando y pensando en ese momento que a este paso no va a llegar nunca.

Dicen que tengo muchos nombres dependiendo de con  quién me encuentre, yo digo que es el mismo disfrazado con una máscara. A veces me encuentro a personas en la calle que me saludan sin que yo los reconozca, levanto la mano y les ofrezco una sonrisa hipócrita, es lo mínimo que puedo darles a aquellos que recuerdan mi imagen con más claridad que yo mismo. Luego me encierro para darme cuenta que aún no sé cómo me veo, que me estoy volviendo loco, y que tal vez ella no me habla porque efectivamente soy una cucaracha que emana pus. Estoy seguro que en este momento está lloviendo, que en algún lugar del globo terrestre alguien llora porque le acaban de romper el corazón, un bebé está saliendo del vientre de su madre, y ella está haciendo cualquier cosa menos pensar en mí. Esa es la vida del desgraciado, planear miles de conversaciones que jamás tendrán lugar, esperando al momento de poner la cabeza en la almohada para verla hablar en otro dialecto. Esos ojos claros que a la distancia se ven tan cálidos, su mirada perdida en el vacío, y otras cinco líneas que salen volando por la ventana del tercer piso del colegio.

Ya todo está planeado, y no hay forma alguna de que me convenzan de no hacerlo. Voy a caminar directo hacia su cuerpo a decirle que se case conmigo, si estuviéramos en algún país del medio oriente gastaría toda mi fortuna en comprarla y tratarla como la diosa que es. Creo que me dirá que no, pero no se preocupen, todo está planeado y va a salir a la perfección. En caso de que no me acepté como esposo pagará muy caro, la secuestrare, ya hice todas las cotizaciones y condiciones con tres miembros de las barras bravas de no recuerdo cual equipo. Cuando esté en mis manos no haré nada, solo la observare durante horas y horas en la oscuridad, viendo cada curva, cada pequeño lunar de su espalda y de sus piernas. Luego le quitare esas hojas que tanto me hacen sufrir y dibujare su cuerpo poco a poco con mi lengua, escuchando los bramidos de su garganta que se confunden entre el placer y el llanto. No la voy a violar, no quiero correr el riesgo de dañar la armonía de su cuerpo con un embarazo a edad prematura, solo sentiré cada textura de su cuerpo, descubriendo cada color que se escondía detrás del arco iris. Me pondré frente a sus ojos y le diré “hola, ¿Cómo has estado?” y ordenaré que la liberen y la lleven a la estación de policía más cercana a que ponga la denuncia. Cuando vengan a buscarme solo encontraran una cucaracha sin pulso en la cama, con un plato sopero que solía estar lleno de somníferos en la mesa de noche, y si se asoman por la ventana de mi cuarto verán todos los avioncitos de papel que describen cada segundo que pasé viendo su cuerpo escultural y su rostro de ángel. Pero ya no importará no encontrármela de nuevo, pues antes de morir habré escrito  con mi sangre lo que me respondió al preguntarle “hola, ¿Cómo has estado?”, y eso es lo que pondrán en mi tumba. “¿Cómo crees gran hijo de puta?” dirá un pedazo de piedra que marca el sitio donde mi cadáver estará encerrado, sonriendo porque ahora el mundo de los sueños es perfecto.

Por: Juan José Cadena D

martes, 6 de noviembre de 2012

Tratando de Entenderlo Todo


Asombrado, perdido y diminuto, esas serían las palabras perfectas para expresar el estado en el que me encontraba. Y ni siquiera estaba así, más bien era como estar pero no estar al mismo tiempo, ese estado bizarro pero común en el cual todo lo que pasa por tus ojos se reduce a luces y sombras. No les voy a mentir, cuando estoy así me siento completo, autentico,  siento que de un estornudo el mundo se mueve un poquito a la derecha, o a la izquierda, la verdad perdí la noción del espacio hace una o dos horas. Tampoco puedo hablarles con claridad de tiempo porque mi reloj esta parado en las 11:32 Pm, y les confieso que es lo mejor que me ha podido pasar en la vida. No confió en otros relojes, son muy inocentes y manipulables, a veces creo que están destinados a  cargar demasiada importancia sobre sus espaldas, ¿o debería decir manijas?, la verdad no me importa. El punto es que si el reloj no se mueve es porque el tiempo no avanza, o al menos así lo siento yo, y no me refiero a que todos se vuelvan estatuas, los ríos se congelen y en algún lugar del mundo algún tonto, en este caso yo, quede envejeciendo solo hasta su muerte, o hasta que a las manijas les de la gana de moverse de nuevo. No, esto es diferente, el tiempo se congela pero yo sigo aquí como si nada. Es entrar a una dimensión diferente donde nadie tiene la más mínima oportunidad de entenderte, es ser un fantasma visible y palpable que a todos les gusta pisotear si no pueden ignorarlo, es levitar a la misma hora, 11:32 Pm, carcajeándome mientras todos lloran por unos minuticos más. Siento que puedo hacer lo que quiera, nada ni nadie me puede atrapar, es como estar en otra dimensión paralela donde todos son iguales, como estar viendo el reflejo del mundo que sigue dando vueltas y vueltas alrededor del sol. Suelo estar en otra sintonía, por eso fingen que me entienden mientras yo finjo entenderlos, eso es parte del día a día y hasta me sorprendería entender a alguien de primera después de tanto practicar lo contrario. Pero hoy no es así, es un poco diferente, las palabras de mis interlocutores se quedan estancadas en algún punto del oído medio. Los oigo pero no los escucho, pero no es que no quiera, es que mi cerebro travieso se niega a crear imágenes basadas en los cantos de las cuerdas vocales de gente ten lerda, simplemente se sale de mis manos. Entonces hice como siempre, me reí de forma casi natural, y asentí, luego antes de que al tonto le diera por contarme otra anécdota sin estructura fondo o relevancia me levante y me aleje, por supuesto que después de dar una excusa valida para el momento y el lugar. Me quedé observando cada detalle, cada movimiento, cada curva que se dibujaba por las manos y los pies, pero debo admitir que hasta ahora no he podido encontrar un solo porqué. Es obvio que no hay porqués aquí, todo se mueve en pleno desorden, como una representación en miniatura del caos mismo, que según dicen algunos tuvo su momento de fervor hace un tiempo indefinido, durante un tiempo abstracto que al parecer aún no se inventaban. Nunca me han gustado las curvas porque dan la impresión de infinito, tampoco las rectas porque limitan demasiado, y así, pensando bobadas como esta suelo pasar los días de mi vida. Pero ese no es el punto, he divagado demasiado cuando suelo ser demasiado cortante.

 Lo más importante es lo que pasó ahí mientras me sentía realizado, mientras tomaba un vaso de gaseosa que no hace más que explotarme un millón de veces en el ducto digestivo antes de perderse, dejando ese sabor extraño en la boca que ni con toda la saliva del mundo he logrado quitarme. Ahí se apareció ese olor a tierra húmeda que me provocó ganas de vomitar y me hizo voltear de forma inmediata. Solo pude pensar una cosa “No puede ser”, mi mente se negaba a procesar la información que estaba recibiendo, mis brazos que siempre me estorban cuando no los uso se fueron derritiendo de a poco, gotica a gotica mientras en el fondo de mi ser, allá donde no llegan ni los sueños, una risita se escapaba por la rendija superior de una celda de máxima seguridad. Escenas asquerosas desfilaban por mi mente, peor que la muerte y el mismo sufrimiento, el encierro sin movimiento alguno, y uno que otro simbolismo que no entendí por lento, pero que seguramente representan casos horripilantes. El sudor que me congelaba las sienes, mi vista que se tornaba turbia mientras todo se alejaba, y ya todo se veía muy lejos, inalcanzable, mientras mis oídos eran bombardeados por bajos y altos sin control sobreponiéndose de forma grosera y sinsentido. Chispazo, la veo torturando un par de gnomos de jardín en un ambiente lleno de ceniza, mi pulso cardiaco evolucionando, convulsionando, alto, bajo, alto, y otra vez la oscuridad. Trueno, una mancha blanca que sube y baja frente a mis ojos cerrados, su figura que se menea al compás de un ritmo que nunca he podido sintonizar, un minuto que se escurre y su lóbrega mirada que apaga las luces de nuevo. La vibración de mi pierna derecha y mis ojos que se niegan a abrirse mientras entran explosiones de todos los tamaños por mis oídos, estaba seguro que olía a carne asándose sobre un par de baldosas de marfil, pero ahora todo se ve confuso, siempre pasa eso cuando se mira hacia el pasado confiando solo en la memoria. Nada, luego su rodilla. Nada, luego su cuerpo entero, pero en desorden, un rompecabezas que se vislumbraba al fondo del pasillo. Nada y luego su rostro muerto, pálido y congelado, mis manos derretidas y mis pies clavados en la tierra húmeda que con su olor repugnante por poco me hace vomitar. Todo se perdió de nuevo, se fue cayendo cada gramo de luz para perderse en el infinito disfrazado de sombras. Solo tuve fuerzas para mirar el reloj y darme cuenta que aún eran las 11:32 Pm, que nada había pasado, o que me estaba volviendo loco poco a poco, y que debería comprar un reloj nuevo en el cual pudiera confiar. Y mientras un sinfín de oraciones resbalaban por mi mente solo tres palabras podían describir a la perfección mi estado: asombrado, perdido y diminuto.

Por: Juan José Cadena D.

martes, 23 de octubre de 2012

De Dos en Dos


La luna. Las estrellas que se esconden una detrás de la otra, perdiéndose en el infinito, cada vez más rápido y más oscuro. Sentirse quieto y a la vez libre. Ver el sol salir y sentirse diminuto, queriendo achicharrarse en esa pequeña molécula del universo que según dicen, nunca ha dejado de crecer. La brisa golpeando los rostros. Los gestos fríos de un par de personajes que quieren borrarse de la historia. Las montañas allá lejanas, escondidas en la niebla, esperando que mientras las miren miles de ojos despertando llueva. Las nubes risueñas. El techo del mundo que se ve lejano pero no inalcanzable, no se puede ver algo inalcanzable siendo humano. Las gotas que mojan las manos, manos frías sin haber matado todavía. Y todos aún quietos en la arena, queriendo acostarse para sentir los movimientos del mar. Van y vienen los millones de cristalitos que se levantan solo para dejarse caer de nuevo, una y otra vez hasta que los relojes dejen de dar vueltas y vueltas sin parar. Que no pasa nada, que tranquilo, que todo tiene un comienzo y un final. Que no pares, que le siga echando leña al fuego, ni siquiera leña, de una vez gasolina para que se vaya rápido. Luego limpiando se pasan las noches, que no quede ni una mancha putrefacta, que todo se lo lleve el mismo viento que nos pega en la cara.  Que se esfume, que el sol me queme los recuerdos, que la luna los abrace y nunca los suelte, o que la lluvia los reparta por todo el mundo, equitativa. No me importa mientras deje de  estar aquí. Mejor dicho, sí pero no, me queda muy complicado explicarlo a la carrera, es como cuando el sol se esconde tras las montañas y uno finge que no lo extraña, no sé si entiendan. El techo que nos esconde de la muerte, y la muerte que nos quiere salvar de la soledad. Y todos quieticos, a la expectativa, con los dientes apretados y los ojos fijos en el horizonte que parece no acabarse nunca.

Por: Juan José Cadena D.


domingo, 30 de septiembre de 2012

Frente a Frente


Se sintió perdido por un momento, ahogándose poco a poco en millones de lagunas muy pequeñas que se posaban bajo sus pies. El mundo empezó a sucumbir ante las tinieblas, las cuales sin apurarse daban pasos firmes sobre la realidad. Uno a uno, paso a paso, y siempre en orden. Así marchaban sus pensamientos, que como siempre estaban bien estructurados. Si bien los vidrios rotos inundaron su garganta, causándole un dolor indescriptible, nunca pensó en limpiarlos, los aceptó con la misma frialdad de siempre. En un instante de conciencia captó tantas imágenes como pudo, reorganizándolas al derecho y al revés hasta perder la noción del tiempo y el espacio, dejando todo situado en el mismo vacio de antes. La imaginación rodó a diestra y siniestra, mientras cada una de las puertas se abrían para el baile, a veces sin sentido, de millones de secuencias ciertamente parecidas. Todas iban y venían, sobreponiéndose las unas a las otras sin orden alguno, en un vaivén frenético que se precipitaba hacia un estallido, la misma explosión maldita que tanto conocía. Sintió ser una nube, pasiva y alargada, que juega a ver figuras en la tierra, hallando miles de formitas extrañas que nunca dejan de moverse. Sintió como la lluvia se le escapaba de las manos con delicadeza, aun cerrándolas con cada fibra palpitante de su cuerpo. Y cayó la luz eléctrica atravesando su cráneo, partiendo en dos su propio universo, dejándolo desnudo frente a un espejo mentiroso y subjetivo. Con su mano apoyada en el reflejo de su rostro, por fin entendió que no tenía porque entender, acariciando sus cejas y dibujando en un papel imaginario cada uno de sus rasgos. Le hubiera gustado sonreír, aunque fuera por un segundo, dejándose seducir por tantas luces de colores que lo rodeaban, pero sabía que mentirse es acción de cobardes. Se lavó el rostro en el rio que caía, caía y nada más, llenando de ruido la oscuridad con sus golpes fríos a las rocas sin alma. Y prestando mucha atención al sinfín de gotas que se escapaban de su cuerpo para saltar a las profundidades, decidió quebrantar un poco sus planes a corto plazo.

Cuando abrió los ojos se encontró con la misma velocidad de siempre, como si no se hubiera perdido un solo segundo del mundo que nunca deja de girar. Abrió la boca y tomó tanto aire como sus pulmones lo permitieron, dándose cuenta de como ese par de bolsas rosadas se expandían en su pecho. Pero no salió nada, todos los altibajos musicales fueron retenidos por una fuerza demoniaca, la cual de forma muy burlona lo señalaba desde el suelo pegajoso. Bajó la mirada y trató de encontrar un porqué lógico, pero ninguno de sus cálculos tuvo resultado positivo. Antes de que llegara la ola gigantesca, dio media vuelta y empezó a caminar en silencio. Paso a paso fue recordando, siempre con la vista fija en sus pies que andaban apurados por llegar a ninguna parte. Sonrió aun en medio de su soledad al darse cuenta que su vida, muy en el fondo, tenía un sentido hace ya algún tiempo.

Por: Juan José Cadena D.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Un Momento de Paz


Mientras estaba sentado frente a la ventana se proponía olvidar el pasado, quería resquebrajar cada minuto y triturarlo en una maquina del tiempo sin futuro. Observaba  las ramas de los arboles y buscaba el porque de cada hoja, secándolas con su mirada, ahogando el tiempo infinito que se imprimía en la nada que asomaba por la misma ventana que él miraba ansioso.  No pudo evitar que las gotas de lluvia, que guiadas por el viento tempestuoso  chocaban contra el vidrio amarillento, lo conmovieran hasta las lágrimas. Verlas así, tan indefensas y sumisas, dejándose arrastrar por la corriente, tan insignificantes y carentes de valor, como un barco cargado de esperanza que se pierde en una tormenta en medio del vacio. Sus manos se movían inquietas mientras sus dedos no dejaban de temblar, su mandíbula presionada por los músculos faciales, sus oídos agudizados y su vista perdida en las estrellas nacientes en el horizonte, contándolas, creando formas y situaciones que se tornaban siempre en su contra, masticando de forma suave y prolongada sus sueños e ilusiones.

Se levantó súbitamente y se puso su sombrero. Dio un par de vueltas por la habitación sin encontrarle sentido alguno a los pensamientos tan extraños que lo bombardeaban. Afuera las estrellas seguían su titileo nauseabundo, las luces de la calle aun no se querían apagar, un par de carros bien vestidos navegaban las calles en silencio, como si se fueran a perder en lo profundo de la ciudad enmascarada.

Salió de la casa sin hacer ruido ni dejar rastro y por fin tuvo el valor de cumplir lo que hace tanto tiempo se había prometido. Y en los vidrios ya muy viejos, en los que tantas horas malgastó, no se encontró nada más que la transparencia repugnante de lo que a nadie le importaba.

Por: Juan José Cadena D.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ni Aquí Ni Allá



Mientras seguían frente a frente parecían un par de fantasmas navegando contra la corriente en las nubes. No quería mirarla a los ojos pues nunca lo había hecho y no sentía necesidad alguna de hacerlo ahora, pero aun con su conciencia posada en las lejanas ramas del infinito, su vista era atraída magnéticamente hacía el azul tan infinito como el cielo mismo.  Examinó su bolsillo izquierdo con tranquilidad, de forma ordenada, como si todo estuviera escrito hace tiempo y no quisiera saltarse ninguna pausa que pudiera interferir en la perfección absoluta. Tomó su mano con suavidad, con la misma dosis de ternura con la que solía observar el vuelo de las palomas mensajeras al atardecer, y de forma casi imperceptible dejó el trozo de vidrio que por breves instantes pareció sinsentido posado en la palma de su mano izquierda. Brillaron, o al menos así lo sintió al escuchar los cantos casi apocalípticos del latir del corazón ajeno, tan cercano y tan distante, tan inalcanzable y adorado; esos golpes secos que se ponían cada vez uno más cerca del otro buscando que el silencio desapareciera en un sinfín de percusiones que nadie más escucharía en el tiempo infinito de un instante. Y todo olía al amanecer en un domingo tranquilo, se respiraba la paz que tomó la pieza tan extraña de su mano, transformándola, iluminándola, dándole un porque sin objeción alguna de parte del pulso cardiaco que aun no entendía nada.


El fuego de una revolución hace tiempo ya encendida ahora se apagaba sin afanes, y cada llama se iba desnudando en su debido momento para dar el último salto hacía la nada, repentino y sin motivos. Cerró los ojos para sumergirse por última vez en el infinito de los recuerdos que marcan una vida, pero solo encontró la oscuridad helada que intentaba abrazarlo sin importar su voluntad. Se sacudió con fuerza hasta encontrar algo muy parecido a la libertad, aun negándose a aceptar el mundo con los ojos abiertos. Cuanto dolor y cuanta espuma marina desperdiciados, como si el tiempo fuera una armadura que no siempre calza a la perfección, que siempre jugara con los imanes del reloj cuando estas mirando hacia la vida, todo tan inútil y espontaneo, como un parpadeo que ni siquiera se siente o se recuerda.


Y ya estando tan lejos se buscaron en el fondo del horizonte, al pie de las montañas y hasta en las entrañas del mar, escarbando las nubes y las olas que se abrían al paso de la mirada sin vacilar. Se buscaron tanto que terminaron escondiéndose el uno del otro, sabiendo que la tierra ante ellos se estiraba y sus sentidos se perdían en el lado oscuro. Aun sin querer aceptarlo terminaron ya inservibles, sentados ante un cristal multicolor que los asustaba, y aun con la vista fija en el vacio infinito que los separaba.


Por: Juan José Cadena D.

martes, 17 de julio de 2012

Divinidad Latente


Si bien es verdad que ya estaba completamente aburrido de su vida, jamás pasó siquiera por su cabeza la idea del suicidio. De hecho fue todo lo contrario, se apegó de tal manera a su existencia que llegó a creerse la reencarnación de alguno de los tantos dioses olvidados por  las civilizaciones modernas. Por eso decidió quedarse callado para siempre y conservar su “pureza intelectual” solo para él, y de esa manera evitar que ideas tontas y ridículas llegaran a crearle un torbellino de confusiones tras una conversación, solo charlaría con sigo mismo pues nadie más lo merecía, al menos hasta ahora.  Como quería estar en contacto constante con el universo y sus elementos se desnudó, la ropa era tan solo una pared física que lo alejaba del llamado espiritual de las moléculas de oxigeno en el aire, sin esa barrera su cuerpo se purificaría de forma lenta hasta llegar al estado de la perfección. Como lo emocionaba llegar a la perfección, como llenaba de ilusión sus pensamientos el hecho de saber que había un limite a su grandeza y que pronto lo alcanzaría, y soñaba despierto con el hecho de que en medio de las ciudades más civilizadas se encontraría su figura inmortalizada por todas las diferentes clases de roca, él, tan solo él desnudo en diferentes posiciones, tan solo su belleza infinita que sería aun más que una decoración hermosa una inspiración, una inspiración para cada persona que lo viera y cayera en la laguna putrefacta de los celos y la insatisfacción personal, que hermoso sería aquel mundo plagado de rabia, tristeza y suicidios. Por eso se reía a carcajadas estando encerrado en su cuarto oscuro, por eso se revolcaba en sus sueños infinitos, o mejor dicho, visualizaciones espontaneas del futuro inminente. Cuanta sangre resbalando lentamente por las calles del mundo, buscando el inmenso mar que poco a poco se tiñe de rojo oscuro mostrando la verdadera cara de la humanidad, que belleza, que espectáculo sería aquel. Y que delicioso poder bañarse en aquel rio naciente, sumergirse y sentir tanta porquería alejándose de forma continua, haciendo figuras y hasta en ocasiones fusionándose con la energía en constante movimiento turbio, descargando así cada pisca de  color del universo, volviéndolo todo opaco, como siempre debió haber sido.


Su cuarto se volvió su fortaleza medieval y su ejército fue él mismo en las diferentes etapas de su vida, un ejército de fantasmas imbatibles, los únicos capaces de soportar tremenda responsabilidad, además de ser los únicos con los cuales podría hablar telepáticamente. Nadie entraría nuevamente a su territorio pues lo declaro autoritariamente tierra santa, solo para él, nadie más pondría sus pies llenos de pecados en sus tierras puras y luminosas. Y sin más preámbulo se preparo para la meditación, serían al menos doscientas semanas en ese estado según sus cálculos basados en la energía lunar, se sentó donde lo había previsto y comenzó a llamar a sus compañeros dioses en todas las diferentes lenguas del mediterráneo que había estudiado meticulosamente. Sintió como su pecho se elevaba y su espíritu salía a dar una vuelta por las diferentes dimensiones, había encontrado la cusa de su desgracia y la había eliminado, jamás sería alguien tan tonto nuevamente, ahora sabia que era un dios y que ningún ser inferior debía perturbar su paz.


Fue tan solo cuestión de días para que hallaran su cadáver ya podrido, la desnutrición le había dado el ultimo golpe a una vida de miseria, después de una semana a algunos conocidos les empezó a parecer extraño no verlo por las calles que visitaba de forma sistemática. En su honor, en medio de un cruce de calles en  su ciudad natal hicieron una estatua tan solo de sus piernas, en aquel pueblo de mala muerte ahora todos saben cual era su marca favorita de zapatos.


Por: Juan José Cadena D.


jueves, 21 de junio de 2012

Como Todos Los Demás



Acababa de abrir los ojos, tal vez habían pasado dos o tres minutos, estaba en ese punto de la mañana en el cual con un poco de concentración se pueden palpar los sueños antes de ser relegados al basurero del olvido. Aun sentía como las palabras sin sentido dichas por algún desconocido revoloteaban por su piel, tantos canticos incomprensibles bailando por su pecho, tantos personajes contando historias diferentes que no se conectaban entre si. Le pareció increíble darse cuenta que tanta locura cupiera en su cabeza y llegó a burlarse de si mismo por tener pensamientos tan extraños, pero no tenía la culpa de tanta psicodelia desmedida, eran tan solo sueños, y nadie controla los sueños. Cerró los ojos para intentar darle orden a tal cantidad de imágenes que pasaban como rayos por su mente, los ordeno de tal manera que pudiera contarlo todo como una gran historia, podría ser un buen tema de conversación para salir de un silencio incomodo, o simplemente para matar un poco del tiempo que tanto suele sobrar cuando se es joven. No descartaba la posibilidad de que las montañas ardiendo y el la lluvia de acido sulfúrico tuvieran alguna relación directa con el futuro próximo, así que se esforzó al máximo para no dejar espacios en blanco, hasta llegó a inventarse un par de conectores para que no pareciera un montón de cuentos cortos. ¿Pero la vida no esta dividida en cuentos? Una vida no se puede contar de forma recta cuando esta llena de curvas, al igual que con las personas cada grupo de personas es un pequeño mundo, y a veces es mucho mejor pasearse por los diferentes planetas que construir muros para no salir del que más te gusta, el paso del tiempo hará que ese mundo se vuelva aburrido de una forma insoportable, y esos muros construidos con tanta emoción serán la prisión que carcoma tus días.

Cuando por fin, después de casi veinte minutos quedo satisfecho con la historia en su cabeza, la cual escasamente tenía diálogos y estaba conformada casi en su totalidad por lo que desearía haber visto aquella noche helada, se dio cuenta de que la realidad es moldeable siempre y cuando se trate de algo subjetivo. ¿Quién le refutaría que era mentira? , nadie tenía argumentos para hacerlo, y consiente de esto, de a pocos empezó a creerse cada mentira que se decía a si mismo. Y a fin de cuentas todo es subjetivo, todo depende de la forma en que lo observes y percibas, hasta los objetos más comunes pueden contener infinidad de significados diferentes dependiendo de cada persona.

Decidió levantarse para tomar una ducha y alistarse para un nuevo día como todos los demás, se levantó con dificultad y torpemente tomó lo primero que sacó del closet y su toalla. Mientras el agua limpiaba tanto su cuerpo como sus pensamientos empezó a imaginarse en el mismo barco pesquero con el que había soñado y a placer se desplazó por todos los puertos del mundo mientras se enjabonaba. Miró directamente el chorro que caía de forma constante y vio como el agua se tornaba de un color rojizo, no pudo evitar probarla para darse cuenta que tenía un delicioso sabor metálico que se adhería a sus encías, ya todo estaba claro.

Por: Juan José Cadena D.

domingo, 10 de junio de 2012

Una Mala Decisión


Se sintió tan desolado al salir de la capsula que ni siquiera miró a su alrededor, caminó sin rumbo alguno, dando círculos por un largo rato antes de recordar que no estaba solo. Se rió sin razón al ver a sus dos compañeros sentados en las escaleras, uno hacia graciosos ruidos de animales inventados mientras el otro pensaba en voz alta muchas conexiones sin sentido. Caminó lentamente hacia ellos, como no queriendo perturbar su imaginación, le tomó una mano a cada uno y les dijo claramente “ya casi llegamos”. Se pararon y subieron los últimos escalones de madera antes de verse diminutos ante la puerta metálica, la tocaron con delicadeza unos segundos antes de abrirla con un esfuerzo inhumano y hallarse en medio de un torbellino de luz que los envolvía y los hacia levitar, todos tomaron direcciones diferentes en la inmensidad.  Llegó sin darse cuenta a estar ante un recuadro, era tan hermoso que le provocaba nauseas y escalofríos verlo por mucho tiempo de seguido, pero siempre que su vista se apartaba para evitar cruzar la frontera entre el enamoramiento y el asco, un anillo rojo titilante retorcía sus ojos hasta situarlos en el punto inicial. Y entre segundo y segundo se fueron consumiendo los miedos que lo atormentaban desde hacia mucho tiempo, fue derrumbando sus problemas de manera lógica uno por uno, como si los estuviera asesinando con un certero disparo de conciencia y lucidez. Y entonces una euforia sin igual se apodero de su alma al darse cuenta que las cadenas de su vida se habían roto, y así debía ser siempre, vivir tranquilo una vida sin sentido, tan solo disfrutando y admirando cada detalle. Todo tan hermoso y tan simple, todo tan tranquilo y tan practico, todo se organizó en su cabeza y sintió algo muy similar a la felicidad, sintió como el fantasma de su muerte dejaba de atemorizarlo y pasaba a ser nada más que un acompañante. Como se burlaba ahora de su pasado, como si todo ahora careciera de sentido y pasara a ser una muestra más de ignorancia, casi negando haber sido así, casi olvidándose de todas las satisfacciones de esa vida tan tranquila.


Ya con los últimos rayos del sol se dio cuenta que no tenía porque seguir en aquel lugar, y de nuevo olvidándose de sus compañeros se propuso bajar por donde había subido. Todo era más largo y ancho, todo ahora se veía de una forma más sensata. Ni siquiera quiso jugar a ser un guerrero indígena al estar en la capsula que ahora parecía eterna, mucho menos quiso dar explicaciones a un par de hormigas ambulantes que sin pena lo miraron a los ojos. Cruzó el umbral que dividía el mundo privado del publico y se encontró frente a frente con tres antiguos maestros ya casi olvidados, con mucho respeto los saludo individualmente dando grandes muestras de gratitud por tanta sabiduría transmitida, aunque en el fondo sabía que no le importaban para nada las ideas mal argumentadas de un trió de vagabundos. Le confiaron una misión que se veía imposible y a cambio le prometieron el poder absoluto sobre los relojes, y de forma desconfiada aceptó con la condición de que lo acompañaran todo lo que les fuera posible. Así partieron los cuatro sabios, rumbo a ese lejano territorio de paz y prosperidad, llenos todos de ilusiones y alegrías que deseaban transmitir, pero todos igual de asustados en su interior. El camino fue corto y las manecillas ni siquiera se tomaron el trabajo de moverse, pero fue tan duro cada paso que el camino se hizo eterno y abrumador. No se pronunció una sola palabra ni se cruzó ninguna mirada, todos tenían su objetivo y solo pensaban en él, incluso evadiendo tantos ojos curiosos de color verde fosforescente que los seguían desde las sombras a cada lado del camino. Los enemigos abundaron aunque solo fueran rayos fugaces que desaparecían sobre sus cabezas, y ni hablar de las estrellas que apostaban entre ellas por cual sería el resultado final de la extraña misión que emprendían estos cuatro vagabundos. 


La misión fue un éxito y esto los dejo a todos complacidos, tan complacido quedo que le dio pena pedir su recompensa, no tenía importancia el manejo del  reloj ahora que sabia mejor que nadie que el tiempo no existe, que es tan solo una serie de algoritmos para medir la utilidad de los objetos y los seres vivos. Celebraron todos de forma distinta sentados en la misma mesa, y se miraban constantemente para ver la sonrisa de los otros, trataron en un par de ocasiones de interactuar pero al fallar optaron por hacer esos recorridos mentales solos, a veces resulta mucho más reconfortante. El viaje de vuelta fue rápido e imperceptible, también sin palabras y lleno de sombras, pero ya habiendo vencido en semejante misión, esos obstáculos se veían como un grupo de bebés inofensivos. Los tres maestros le ofrecieron que los acompañara por toda la eternidad, envolviéndose en la  belleza del mundo y acariciando con todo su cuerpo la perfección, pero respondió de forma negativa pues sabía que su vida, aun siendo mortal, valía más que todos ellos juntos, y con un gesto de la mano los despidió para no verlos nunca más.   Cuando se fueron de su vista se burlo largo rato de aquella aventura tan extraña, y se prometió jamás repetir algo semejante.


Tras un par de enfrentamientos con la realidad amenazante se reencontró con uno de sus compañeros iníciales sentado en el borde de un precipicio, parecía que lloraba pero en verdad nunca supo porque ni se tomó el tiempo de averiguarlo, solo lo haló de un brazo y le contó su viaje, exageró algunos detalles para que su compañero se sintiera orgulloso de conocerlo, y dio resultado. Su compañero también le relató un par de aventuras que había vivido en su ausencia y le expuso una teoría sobre la inexistencia de la humanidad. Debatieron intensamente hasta terminar gritándose y tirándose puños, y luego se miraron a los ojos y en medio de carcajadas se abrazaron para decidir que no volverían a tocar el tema.

La conciencia de ambos los seguía de cerca y vigilaba cada uno de sus movimientos, los cuidaba con un cariño que solo es comparable con el de un dios, y en más de una ocasión los salvó de una muerte que se veía inminente. Pero todos tienen una dosis de ingratitud en sus cuerpos, y por eso nadie fue capaz de agradecerle, simplemente asumieron su presencia como una condición y no se dieron cuenta de cuanto había hecho por ellos, siempre presente y poniendo la cara. La conciencia aun sabiendo esto siguió haciendo su labor, no por obligación como hacen muchos, sino  por amor, por ese amor que tanto hace falta para poder cambiar el mundo. Y así de forma desinteresada este ser los guió hasta una zona segura donde podían estar tranquilos, aun haciendo los actos más extravagantes y atrevidos nadie podría herirlos, y esto era lo que más le importaba a la conciencia siempre presente, ver sus sonrisas dibujadas por los siglos venideros. Ahora bajó el manto de la seguridad se dignaron a dormir tras muchas jornadas, ya estaban muy cansados y por esta razón no debía costarles trabajo alguno entrar en ese mundo tan personal de los sueños.


 Vio con envidia como su compañero se quedaba dormido y siguió dando vueltas en la cama dura y pequeña. Su cerebro no se silenciaba con nada, y no dejaba de escuchar los gritos de sufrimiento de cada persona del universo. Sangre, carne y huesos veía volar por todas partes, las sombras se volvían manos que lo señalaban de forma amenazante, y ni siquiera la conciencia siempre presente pudo hacer algo para evitar tal martirio. Se imaginó flotando en un rio, bocarriba, viendo como cada gota de sangre cubría los cielos y los gritos desesperados penetraban sus oídos. Gritó y abrió los ojos de forma repentina, ahora todo estaba claro, por fin se había dado cuenta de lo que debía hacer para encontrar su felicidad. No volvería  a vivir las vidas de los demás, viviría solo para él, y caería mil veces si era necesario para alcanzar sus propósitos, eso haría de ahora en adelante. Al aceptarlo, todo el sufrimiento, la sangre y las sombras desaparecieron. Siguió reflexionado sobre los cambios inmediatos de su vida hasta quedarse dormido no mucho tiempo después. Aquella noche soñó que al despertarse todo seguiría igual, porque es muy difícil despertarse siendo alguien diferente, los cambios más grandes siempre son imperceptibles. 


Se despertó tiritando de frio y lo único que encontró fue nostalgia. Todo hasta ese momento ya no era más que una vida pasada.


Por: Juan José Cadena D.