Se
podría decir que en ese entonces no había nada definido detrás de los
invencibles murales que se dibujaban en un constante zigzagueo hasta donde la
vista alcanzaba a relatarnos, pero eso en verdad no importa. También se puede
optar por escudriñar a fondo en un baúl lleno de porquerías milenarias, objetos
inservibles que hacen poco más que evocar pensamientos oscuros, objetos que
buscan de forma incansable desaparecer tras alguna hendidura fugaz de inconsciencia;
pero no vale la pena decir tales falacias tampoco. Entonces solo queda estar parado bajo un sol
descomunal, sintiendo los reflejos decadentes de tantas voces al compás de una
guitarra somnolienta y desafinada. Así es, el camino vigilado por tantos seres
tan vitales como fantasmagóricos termina siendo, de forma casi del todo
inesperada, un continuo latir de tus sentidos encadenados por las nubes
formadas por labios ajenos; las canciones prometidas por un suspiro
entrecortado se ven tan solo a lo lejos, realidad necesaria pero onírica.
Ayer
estaba dando tumbos frente a un grupo de luces titilantes de carácter subnormal,
apegándose a mi entendimiento de la normalidad. Todos se tambaleaban junto a
mí, dejándome creer que es posible estar más de una eternidad entre sueños
intranquilos y siempre te vas a despertar siendo el mismo; haciéndose pasar por
completos espectadores de la acción, terceros que solo quieren encontrar la posición
que permita una mejor visibilidad. Entre tantas confusiones terminé
desdibujando mi propio peinado, dejándome llevar por una corazonada infame de
confianza. Sin pronunciar palabras ni organizar ideas, sin golpear ni ser
golpeado, sin poder vivir del todo. Un festival de malos pensamientos no hacía
más que pasearse de aquí para allá. Los pájaros volaban en la misma dirección
de siempre mientras el suelo era sacudido por fuerzas titánicas que se hacían pasar
por una leve brisa. No estaba. No había luces ni confusiones, ni cielo ni dónde
apoyar los pies. Cuando no hay nada no existe un mañana. Y luego, en un baile
irremediable del tiempo, todo vuelve a lo natural. Nada raro, de vuelta a lo
básico.
Entre
sordos gritos de suavidad inimaginable, ahora hago poco más que repetir y
repetir. Ya había escuchado, de distintas bocas y diferentes formas de hablar,
el mismo argumento que cojea al borde de la ambivalencia y la propia inexistencia.
Pero es lamentable que saber no sea sinónimo, o siquiera el mismo preámbulo, de
la acción realizada en carne y hueso; Y más lamentable aún es darse cuenta que
es muy común encontrarse con palabras brillantes que se desinflan ante la
irreverencia de una mente un tanto desordenada. Tan banal como triste, tan
esporádico como nauseabundo. De un estruendoso desconcierto pasé a una batalla
tan frenética que siempre pedía un poco más de esfuerzo. Insaciable.
Despreciable. Destructora. Y un sinfín de mentiras piadosas llenaron el vacío
que dejó la misma soledad por sus ansias de cambiar de estado. Un cambio es muy sensato si eres corto de vista y débil de
alma, dirán algunos mientras otros callan entre burlas y aplausos de
consolación.
¿Qué
más le puedo pedir a este incansable ir y venir de repugnancia máxima? Contar
hasta diez y todo se va, o al menos todo lo relevante. Y no queda más que
esperar. A fin de cuentas, alguien contará mañana, con un toque de
perspicacia, algo que quizás pasó, pasa, o pasará.
Por: Juan José Cadena D.