domingo, 25 de agosto de 2013

Con Cierta Sutileza

Se podría decir que en ese entonces no había nada definido detrás de los invencibles murales que se dibujaban en un constante zigzagueo hasta donde la vista alcanzaba a relatarnos, pero eso en verdad no importa. También se puede optar por escudriñar a fondo en un baúl lleno de porquerías milenarias, objetos inservibles que hacen poco más que evocar pensamientos oscuros, objetos que buscan de forma incansable desaparecer tras alguna hendidura fugaz de inconsciencia; pero no vale la pena decir tales falacias tampoco.  Entonces solo queda estar parado bajo un sol descomunal, sintiendo los reflejos decadentes de tantas voces al compás de una guitarra somnolienta y desafinada. Así es, el camino vigilado por tantos seres tan vitales como fantasmagóricos termina siendo, de forma casi del todo inesperada, un continuo latir de tus sentidos encadenados por las nubes formadas por labios ajenos; las canciones prometidas por un suspiro entrecortado se ven tan solo a lo lejos, realidad necesaria pero onírica.

Ayer estaba dando tumbos frente a un grupo de luces titilantes de carácter subnormal, apegándose a mi entendimiento de la normalidad. Todos se tambaleaban junto a mí, dejándome creer que es posible estar más de una eternidad entre sueños intranquilos y siempre te vas a despertar siendo el mismo; haciéndose pasar por completos espectadores de la acción, terceros que solo quieren encontrar la posición que permita una mejor visibilidad. Entre tantas confusiones terminé desdibujando mi propio peinado, dejándome llevar por una corazonada infame de confianza. Sin pronunciar palabras ni organizar ideas, sin golpear ni ser golpeado, sin poder vivir del todo. Un festival de malos pensamientos no hacía más que pasearse de aquí para allá. Los pájaros volaban en la misma dirección de siempre mientras el suelo era sacudido por fuerzas titánicas que se hacían pasar por una leve brisa. No estaba. No había luces ni confusiones, ni cielo ni dónde apoyar los pies. Cuando no hay nada no existe un mañana. Y luego, en un baile irremediable del tiempo, todo vuelve a lo natural. Nada raro, de vuelta a lo básico.

Entre sordos gritos de suavidad inimaginable, ahora hago poco más que repetir y repetir. Ya había escuchado, de distintas bocas y diferentes formas de hablar, el mismo argumento que cojea al borde de la ambivalencia y la propia inexistencia. Pero es lamentable que saber no sea sinónimo, o siquiera el mismo preámbulo, de la acción realizada en carne y hueso; Y más lamentable aún es darse cuenta que es muy común encontrarse con palabras brillantes que se desinflan ante la irreverencia de una mente un tanto desordenada. Tan banal como triste, tan esporádico como nauseabundo. De un estruendoso desconcierto pasé a una batalla tan frenética que siempre pedía un poco más de esfuerzo. Insaciable. Despreciable. Destructora. Y un sinfín de mentiras piadosas llenaron el vacío que dejó la misma soledad por sus ansias de cambiar de estado. Un cambio es  muy sensato si eres corto de vista y débil de alma, dirán algunos mientras otros callan entre burlas y aplausos de consolación.  


¿Qué más le puedo pedir a este incansable ir y venir de repugnancia máxima? Contar hasta diez y todo se va, o al menos todo lo relevante. Y no queda más que esperar. A fin de cuentas, alguien contará mañana, con un toque de perspicacia, algo que quizás pasó, pasa, o pasará.

Por: Juan José Cadena D.