Cuando las palabras se
acaban y no quedan más que ganas de hablar regadas en la mesa, justo en ese
momento inexpresable en cuestión de horas y minutos, todo se vuelve
extrañamente vital. Desde la lejanía los movimientos suelen tener esa armonía
solo imaginable por un grupo de jóvenes idiotas, pero aquí, en primerísimo
primer plano, sueles encontrar el vacío de los porqués y los quizás. No sé muy
bien lo que está pasando aunque interpreto las señales a regañadientes y todo
fluye aquí en la orilla del riachuelo, el mismo riachuelo que nace unos metros
a mi izquierda y espero de todo corazón que no encuentre su muerte en algún
rincón del océano. Todos deberíamos ser palomas mensajeras que se lavan las
plumas en alguna laguna lejana de extraña procedencia, pero me conformo con
llevar en el bolsillo derecho todo lo que alguna vez me ha importado, si es que
lo que me a mí me importa, siendo animal que quita más de lo que puede llegar a
dar, tiene relevancia alguna.
Una vez me encontré un
papelito tirado en la mesa con letras claras y mensajes confusos, y no he hecho
más que leer y releer esas palabras redondeadas mientras trato de encontrar ese
algo inexplicable por el que todo lo que sube tiene que bajar. Pero no, siempre
se me escapa cuando va a salir a la superficie, entonces me acuesto a dormir a
ver si puedo capturarlo en mis sueños y lamento informar que hasta ahora no he
corrido con suerte. Ya estoy un poco cansado de no hacer nada, de estar sentado
esperando que el mundo me entre por los ojos, de tener fe en que el cielo me va
a contar todas esas porquerías que la gente quiera que me sepa de memoria, sin
embargo así es la supervivencia y debemos reírnos un poco antes de clavarnos el
puñal en el pecho. A contracorriente dice ir el que va perdido, y yo ni
siquiera sé si me estoy moviendo porque todo lo veo desde la perspectiva
equivocada, tan desesperada como para acercarse a la inexistencia moribunda de
un degenerado cualquiera.
Desde aquí me despido de la
existencia solitaria de las sombras, y desde aquí mismo soy capaz de arrancarle
chispazos de sensatez a esas letras que dan vueltas y vueltas en mi cabeza.
Aquí estoy y de eso estoy seguro, solo que el aquí siempre está lejos de lo que
quiero, espero, y me gustaría. El río se secó mientras andaba cuidando los
llantos ensordecedores de un grupo de forasteros malgeniados, y ahora si me
quedé sin nada que hacer bajo el sol inclemente y la lluvia repentina. Por
favor no seas ese olvido que quieres llegar a sentir para estar vivo, no te
sientes como si nada a la sombra de esas hojas maltrechas y difamadas por tu
propio ego. Aunque las esperanzas se avecinen a la desaparición siempre tendrás
una escapatoria sumamente válida, esa locación intransitable en la que todos
nos hemos encontrado para hacer del mañana un momento medianamente soportable.
Por: Juan José Cadena D.