domingo, 25 de noviembre de 2012

Un Golpe del Destino


Tras haberme despedido de Rodrigo en la esquina, cada quien tomó su camino, y he de admitir que venía más alegre de lo normal sin motivo alguno. Cada paso durante las siguientes cinco cuadras iban acompañados de un toque de gracia, de una sonrisa lela de retrasado mental y de un leve aroma a café recién hecho con muchísima crema. No pienso ponerme a inventar historias fantásticas y hermosas en las que todo parece magia, la verdad no sentí nada antes de ese momento, yo venía calmado y perdido en los laberintos de mi imaginación traviesa, la cual por algún capricho del destino me situaba en medio de una tormenta, peleando con una serpiente gigante con gafas de sol. Fue algo repentino, después de cruzar la calle sentí que el mundo se volteaba en medio de un torbellino de dolor y malas palabras que brotaban de mi boca instintivamente. Menos mal solo era un montador de bicicleta aficionado, muy barrigón y con un olor a mil demonios enjaulados, que al no saber qué hacer conmigo dejó su bicicleta roja tirada en el  piso y corrió a pedir ayuda quién sabe a quién. Dude un poco si fingir una lesión de poca gravedad para que el gordo con facha de indígena analfabeta perdiera un par de horas o intentara indemnizarme, pero más fueron las ganas de no volver a sentir ese olor putrefacto que brotaba de sus axilas, así que me levanté y di un par de pasos rápidos para asegurarme que todo estaba bien. Seguí mi camino, ahora maldiciendo mentalmente a ese extraño individuo que por torpeza había ensuciado mi camiseta nueva, pero no había avanzado más de una cuadra cuando escuche un grito femenino que por poco rompe mi tímpano derecho.  “¡Ladrón!”, me volteé con gran habilidad, adoptando una postura rebelde, listo para cualquier pandillero que quisiera pelear conmigo para hacerme héroe por un día, pero no, solo la encontré a ella señalando hacía la calle con una expresión en el rostro que demostraba más ansiedad que pánico, como si nunca hubiera presenciado un robo antes, cosa bastante extraña en este país de locos llamado Colombia. Cuando miré la calle no pude evitar que las carcajadas me invadieran hasta el punto de hacerme llorar, en una extraña combinación de satisfacción y sorpresa, pues me encontré con una bicicleta roja conducida por un niño de unos ocho años a toda velocidad perseguida de forma lerda por el gordo que acababa de atropellarme, y como si fuera poco el niño hacía ruidos que simulaban la respiración de un cerdo mientras lo acusaba de ser demasiado lento para merecer una bicicleta tan bonita. “Karma” exclamé tras haberme reincorporado, tratando de incentivar a la extraña que tenía enfrente a que me preguntara de que me reía, obviamente no funcionó y me sentí como un potencial esquizofrénico al estar hablando solo. Me quedé mirándola, no era nada del otro mundo, pero puedo jurar que nunca había visto una mujer que se acercara tanto a mi definición de perfección. No me voy a poner a contarles cada uno de sus detalles, aunque no lo crean tengo más cosas que hacer, solo les diré que me cautivo su dedo corazón de la mano derecha levantado acompañado de un “Ándate a la mierda miserable”. No quise retar más mi suerte y me fui calladito a mi casa, que queda tan solo a una cuadra del lugar del incidente, por encima del hombro me encontré con su figura apoyada en un poste de la luz, dispersa, seguramente pensando en miles de insultos mejores que pudo haberme dicho, porque mejor no nos mintamos, fue bastante flojo, aunque me dolió proviniendo de esos labios.

 Llegué a mi casa y puse la música a todo volumen para que las malas energías salieran flotando por las ventanas, debajo de las puertas y demás agujeros que pudieran encontrar. Al ver que no podía controlar mis pensamientos tomé una almohada, y apoyándola con fuerza contra mi boca abierta grité a todo pulmón, pero nada, la imagen de esa desconocida mirando las nubes, coloreándolas con sus ojos cafés a las cinco en punto de la tarde de un día cualquiera no se iba. Terminé indignándome y sucumbí ante la impotencia, llamé a mi ex novia y quedamos de salir a comer esa misma noche para “arreglar las cosas”, yo solo quería tener la mente ocupada en cualquier actividad de interacción humana. A las ocho y media la recogí en su casa, estaba con un vestido verde que resaltaba el maquillaje de excelente calidad que se había puesto. Usaba todo lo que yo le había regalado durante los cinco meses de noviazgo, los tacones, el reloj, la cartera, los aretes y el collar, la combinación no quedó para nada bien lo cual me provocó un poco de lastima, pero por respeto ignoré el enorme detalle y seguí manejando en completo silencio hasta llegar al restaurante pactado previamente. Yo comí un buen pedazo de carne asada y ella una ensalada bastante simple, “¿No tienes hambre?”, “sí, pero es que ese gordito de acá me está matando” respondió señalando la parte superior a su cadera. Nunca he sido una persona de malgenio o irrespetuosa, pero fueron los pequeños detalles los que me sacaron de quicio, esa ropa mal combinada a propósito, el exceso de maquillaje, la forma en que la mano le temblaba mientras comía, y ese sinfín de amagues antes de dar algún apunte irrelevante. Me sentí poderoso, como si ella dependiera solo de mí, y a la vez sentí que me merecía algo mejor que ese circo mediático parlanchín que tenía enfrente tratando de generar lastima. “Acomplejada de mierda” le dije mientras dejaba un par de billetes de cincuenta mil pesos en la mesa, “con lo que te devuelvan pedí un taxi, a mí no me jodas más la vida”. Me fui con la misma alegría extraña que había sentido esa tarde al despedirme de Rodrigo, solo que ahora entendía que era por la liberación de una carga, por haber dado un golpe de autoridad a esta sociedad y sus principios. Debo admitir que ni un segundo dejé de pensar en ella, tal vez esa fue la fuerza que me impulsó a dejar a la pobre María Fernanda sola, llorando a grito herido en medio de un restaurante decente, esa fuerza que me decía que yo había sentido algo que ella nunca entendería, que de alguna manera yo era mejor que ella.

Durante los próximos diez días no hice más que encontrarme la misma figura que vi aquella tarde por encima del hombro. Siempre relacionaba todo con esa extraña que se atrevió a decirme “miserable”, pero era extraño, no la extrañaba a ella, extrañaba solo la forma en que me hizo sentir mejor que los demás, como si ella fuera una droga y yo ya fuera un adicto sin remedio. No comí bien ni podía dormir, mis amigos ya se estaban empezando a preocupar, pero a mí no me importaba no tenerla porque sabía que me iba a terminar decepcionando. Al onceavo día la vi de lejos, extrañamente traía puesta la misma blusa blanca de la última vez, revise me atuendo para cerciorarme de que no me pasara lo mismo pero fue inútil, no recordaba ni por casualidad lo que me había puesto ese día que se veía lejano, inalcanzable. Planeé arduamente mi plan, quería causarle una buena segundo impresión, los pasos se dilataban entre más me acercaba a ella, y al no encontrar explicación del porqué miré el reloj para encontrarme con las cinco en punto de la tarde, hora muerta en la que solo se escucha la respiración de unos pocos allá en la lejanía. Cuando estaba a escasos veinticinco pasos de distancia preparé mis garganta para el saludo, pero en ese preciso instante sentí un  dolor punzante en mi pierna derecha y el mundo se vino al piso en un parpadeo. Cuando abrí los ojos me encontré con la figura de esta extraña, reina y señora de mis sueños, con el dedo corazón elevado diciéndome “karma” mientras se montaba en un BMW último modelo. Un olor asqueroso desvió mi mirada hacia la derecha y me encontré con la cara llena de granos del mismo hombre de rasgos aindiados de la última vez diciéndome “Creo que usted le gusta a esa señora, lástima que esté casada con uno de los narcotraficantes más buscados del país”.

Por: Juan José Cadena D.

Una Leve Sospecha



Siempre he sido un poco complicado, desde que tengo memoria he sido una persona llena de detalles extraños que saltan a la vista. Soy introvertido y me encanta criticar a las personas, sentirme superior mientras sacó cada imperfección de los otros a la vista, reírme en las narices de los otros mientras sé que no pueden decir nada para desmentirme. Soy como una cucaracha, el otro día entre al baño y estoy seguro que eso fue lo que vi en el espejo, una criatura andrógina llena de llagas que expulsaban pus a presión y ensuciaban las paredes y el techo, me metí a bañar inmediatamente y salí siendo el mismo pedazo de mierda de siempre, ni siquiera supe como sentirme al respecto. Me gusta escuchar el sonido del silencio cuando tengo la certeza de que no proviene de la nada, y puedo jurar que en esos momentos ni siquiera pienso, simplemente entro en trance y me deslizo con suavidad por las colinas heladas al medio día, es la mejor sensación que he podido descubrir hasta el momento. No me considero una maquina sexual, a diferencia de muchos que conozco, asumo que algún día así sea por error terminare introduciendo mi semen en alguna vagina flácida y quedare encartado para siempre con un hijo que seguramente me odiara, y lo peor de todo es que me va a tocar “amarlo” porque así lo dicta el código ético moral que rige el mundo. Por eso no me masturbo así tenga el miembro más inflado que el margen de ganancias del Vaticano, es un error de la naturaleza que los humanos se reproduzcan, ilógico desde cualquier punto de vista, empezando por el hecho de traer otro pobre niño inocente a que lo devore esta sociedad de mierda.

El otro día estaba en medio de alguna clase de poca importancia, nunca he podido tomármela en serio por andarle viendo la cola y las tetas a la profesora, quien además de todo no puede pronunciar bien las eses, y termina hablando como una centroamericana que intenta imitar el acento vasco, sin éxito por supuesto. La profesora es una monita recién graduada de alguna universidad de poca monta, no está muy segura de cómo manejar los estudiantes y siempre trata de entendernos y escucharnos, como si no supiera que todos los estudiantes con un poco de sentido común solo tratan de aprovecharse de su suavidad, pobre ingenua. Normalmente en esa clase no hago más que escribir, me siento en el último puesto junto a la ventana y me tiro de lleno al mundo de la literatura en movimiento, siempre que acabo algún escrito lo doblo de forma sistemática, aprendida tras muchos intentos fallidos, y lo vuelvo un pequeño avioncito de papel, lo arrojó con todas mis fuerzas por la ventana del tercer piso y veo como planea de forma delicada sobre la calle antes de ser aplastado por algún carro o los pies de un transeúnte distraído. He ahí el fin de mi arte, me niego rotundamente a prostituirla como han hecho tantos, es solo mía, el rugido de mi alma que se transforma en frases que me mueven, no tienen que mover a todos, solo a mí. La profesora trató de hacerse la de carácter fuerte e interrumpió mis pensamientos diciendo “señor Morales, ¿podría repetirle a la clase lo que acabo de decir?”, la miré de reojo con el pulso sanguíneo acelerando en mis sienes, me erguí en el asiento y clave mi mirada en sus ojos oscuros, trastabillo dando un paso hacia atrás y vi en su rostro la firme intención de decir algo, me le adelanté, “Me gustaría repetirlo querida profesora, pero lo que usted dijo es una absoluta barbaridad, cuando diga algo que al menos tenga sentido o esté comprobado, con mucho gusto lo repetiré ante todos mis compañeros.”. Su mirada se hizo lisa mientras yo me volteaba para lanzar un poema a las afueras del edificio en forma de avioncito de papel, como noté el silencio absoluto en el salón decidí agregar “Y por favor no me molesten más que yo estoy aquí tranquilo”. Desde ese día no he vuelto a cruzar palabra con esa señora, el otro día la salude al entrar al salón y me anotó falta por irrespetarla, me alegó que en mi saludo le había estado mirando el busto, y no lo voy a negar, esas tetas se ven deliciosas. Ahora solo me siento en esa clase a imaginar como la secuestro y le corto los dedos de las manos y los pies antes de violarla y matarla con mis propias manos, estoy seguro que nadie la extrañaría, es un ser que no marca diferencia positiva alguna en el mundo.

Me gusta mucho manejar, pero eso sí, manejar rápido, sintiendo como el aire entra por la ventana abierta hasta la mitad, sacudiendo el mundo que he formado a base de acelerador. No me importa si estoy solo o acompañado, sentado frente al volante me siento la persona más sola del universo, siento que me convierto en una maquina con propósito definido, un montón de conectores que hacen “click” en mi cuerpo para llegar a algún punto de la lejanía. Luego miro de reojo a la derecha y encuentro el cuerpo presente de la ausencia, siempre he querido que ella esté ahí sentada a mi lado, sintiendo el viento que entra a ráfagas por la ventana entreabierta, pero nada. No sé si sea lógico extrañar a alguien que nunca ha estado ahí, pero así es, no encuentro otra forma de describirlo. Es su lugar y punto, si alguien más lo ocupa es porque ella se lo ha prestado por medio de telepatía, o el universo encontró la forma de que ella accediera sin que el otro se diera cuenta, no lo sé y no me importa, solo estoy seguro de que es así. Doy las curvas bien cerradas para ser empujado hacía el espacio vacío a mi derecha, esperando que de alguna forma este desaparezca ante mi tentativa de ocuparlo, pero solo encuentro su imagen diciéndome en voz baja “no te preocupes, yo te lo presto, solo recuerda que cuando te lo pida debes devolvérmelo sin vacilar”, y como el perro obediente que soy me vuelvo a abrochar el cinturón de seguridad y llego a ciento veinte kilómetros por hora. Siempre peleó con todos los que se me atraviesan por el simple gusto de ver su cara llena de odio y su dedo del centro levantado, sus palabras son las mismas, gritos soeces que se pierden en el viento que roza mis llantas, y se va diluyendo en mis carcajadas.

Anoche no dormí nada por andar pensando en los colores que se esconden detrás del arco iris, estoy seguro que no es más que una burocracia que impide que los colores de clase baja no sean exhibidos, así funciona todo en el mundo humano, la ley del más fuerte y el más bonito, aquí siempre se sabe quién va a ganar antes de que empiece la pelea, eso le quita gracia pero le sube intensidad a cada segundo que se consume. Estuve meditando, inventando historias sobre el nacimiento del primer humano, el uso de la razón como nueva divinidad, una alcanzable pero amorfa, abstracta, totalmente impalpable. Cuando duermo siempre sueño lo mismo, estoy perdido en una isla que parece más una prisión, ahí me encuentro con ella desnuda pero censurada por tres hojas de mierda que me gustaría destrozar con los dientes. Le hablo y no me entiende, me habla y no le entiendo, pero siempre me levanto feliz porque al menos hay un espacio en el universo en el cual nos miramos a los ojos. Es triste depender de los sueños para estar tranquilo, pero es la única forma legal de ver otra dimensión, y no les voy a mentir, es una dimensión mil veces mejor que la nuestra, sin muertos todos los días, masacres, abusos de poder, ni monas estúpidas que no saben hablar, si no fuera por esas tres hojas que la censuran sería un mundo perfecto. A veces pienso que si el  mundo de los sueño fuera perfecto no habría razones para despertar, compraría muchísimos calmantes y me acostaría a tomarme uno por uno, pasándolos con agua, y entrar a ese mundo poco a poco, con mucha suavidad para no perturbar la paz. La muerte debe ser muy similar a los sueños, solo que en vez de encontrarte como una persona o un animal en un mundo sin sentido serías el mundo en sí, sintiendo como los ríos te atraviesan, como las montañas se van alzando entre tus brazos que ahora son eternos. ¿Pero entonces qué sería el sol? ¿Acaso todos somos sol?, la energía que nos deja vivir proviene de allá arriba, y por lo tanto el sol se ha convertido en innumerables partículas energéticas que transitan nuestro cuerpo a cada instante, volviéndonos pequeños cuerpos celestes que deambulan en una esfera de tiempo y espacio continuos. Por eso no duermo tan seguido, me da miedo que me termine convenciendo de quedarme, aceptando esas tres hojas como parte de la belleza subjetiva, así como he aceptado su tono de piel, la trenza que dibuja la caída de su pelo y el sonido que proviene de sus cuerdas bucales como melodía inédita para mis oídos.

Ya ni siquiera estoy seguro de si estoy escribiendo o estoy pensando, creo que al comienzo estaba acostado en mi cama viendo el techo, tres manchas de humedad que ahora son como mis hijas. Pero ya no sé ni donde estoy parado, ¿Estaré parado?, solo veo muchas imágenes que se interponen y se atacan entre ellas, alegando que ellas son la verdad absoluta y que me dejen tranquilo. Yo solo quería sacarme a esta mujer de mi cabeza, quería hacer catarsis y que se quedara todo lo que siento por ella en un pedazo de papel, doblarlo con dulzura en forma de avioncito de papel y lanzarlo en llamas a la calle. Dicen que el primer amor nunca muere del todo, yo creo firmemente que ningún amor muere, es como la materia, solo se transforma y tergiversa. El odio es una clase de amor, uno inentendible, una obsesión que desgasta al más fuerte y lo deja como un saco de huesos que bombea sangre. Yo ya ni sé si la amo o la odio, o simplemente tengo muchas ganas de sentarme a hablar con ella, apartar el resto del mundo y sus problemas sin solución y decirle viéndola a los ojos “hola, ¿Cómo has estado?” y que responda, no pido nada más. Es por eso que se me ha olvidado hablar, por andar pensando y pensando en ese momento que a este paso no va a llegar nunca.

Dicen que tengo muchos nombres dependiendo de con  quién me encuentre, yo digo que es el mismo disfrazado con una máscara. A veces me encuentro a personas en la calle que me saludan sin que yo los reconozca, levanto la mano y les ofrezco una sonrisa hipócrita, es lo mínimo que puedo darles a aquellos que recuerdan mi imagen con más claridad que yo mismo. Luego me encierro para darme cuenta que aún no sé cómo me veo, que me estoy volviendo loco, y que tal vez ella no me habla porque efectivamente soy una cucaracha que emana pus. Estoy seguro que en este momento está lloviendo, que en algún lugar del globo terrestre alguien llora porque le acaban de romper el corazón, un bebé está saliendo del vientre de su madre, y ella está haciendo cualquier cosa menos pensar en mí. Esa es la vida del desgraciado, planear miles de conversaciones que jamás tendrán lugar, esperando al momento de poner la cabeza en la almohada para verla hablar en otro dialecto. Esos ojos claros que a la distancia se ven tan cálidos, su mirada perdida en el vacío, y otras cinco líneas que salen volando por la ventana del tercer piso del colegio.

Ya todo está planeado, y no hay forma alguna de que me convenzan de no hacerlo. Voy a caminar directo hacia su cuerpo a decirle que se case conmigo, si estuviéramos en algún país del medio oriente gastaría toda mi fortuna en comprarla y tratarla como la diosa que es. Creo que me dirá que no, pero no se preocupen, todo está planeado y va a salir a la perfección. En caso de que no me acepté como esposo pagará muy caro, la secuestrare, ya hice todas las cotizaciones y condiciones con tres miembros de las barras bravas de no recuerdo cual equipo. Cuando esté en mis manos no haré nada, solo la observare durante horas y horas en la oscuridad, viendo cada curva, cada pequeño lunar de su espalda y de sus piernas. Luego le quitare esas hojas que tanto me hacen sufrir y dibujare su cuerpo poco a poco con mi lengua, escuchando los bramidos de su garganta que se confunden entre el placer y el llanto. No la voy a violar, no quiero correr el riesgo de dañar la armonía de su cuerpo con un embarazo a edad prematura, solo sentiré cada textura de su cuerpo, descubriendo cada color que se escondía detrás del arco iris. Me pondré frente a sus ojos y le diré “hola, ¿Cómo has estado?” y ordenaré que la liberen y la lleven a la estación de policía más cercana a que ponga la denuncia. Cuando vengan a buscarme solo encontraran una cucaracha sin pulso en la cama, con un plato sopero que solía estar lleno de somníferos en la mesa de noche, y si se asoman por la ventana de mi cuarto verán todos los avioncitos de papel que describen cada segundo que pasé viendo su cuerpo escultural y su rostro de ángel. Pero ya no importará no encontrármela de nuevo, pues antes de morir habré escrito  con mi sangre lo que me respondió al preguntarle “hola, ¿Cómo has estado?”, y eso es lo que pondrán en mi tumba. “¿Cómo crees gran hijo de puta?” dirá un pedazo de piedra que marca el sitio donde mi cadáver estará encerrado, sonriendo porque ahora el mundo de los sueños es perfecto.

Por: Juan José Cadena D

martes, 6 de noviembre de 2012

Tratando de Entenderlo Todo


Asombrado, perdido y diminuto, esas serían las palabras perfectas para expresar el estado en el que me encontraba. Y ni siquiera estaba así, más bien era como estar pero no estar al mismo tiempo, ese estado bizarro pero común en el cual todo lo que pasa por tus ojos se reduce a luces y sombras. No les voy a mentir, cuando estoy así me siento completo, autentico,  siento que de un estornudo el mundo se mueve un poquito a la derecha, o a la izquierda, la verdad perdí la noción del espacio hace una o dos horas. Tampoco puedo hablarles con claridad de tiempo porque mi reloj esta parado en las 11:32 Pm, y les confieso que es lo mejor que me ha podido pasar en la vida. No confió en otros relojes, son muy inocentes y manipulables, a veces creo que están destinados a  cargar demasiada importancia sobre sus espaldas, ¿o debería decir manijas?, la verdad no me importa. El punto es que si el reloj no se mueve es porque el tiempo no avanza, o al menos así lo siento yo, y no me refiero a que todos se vuelvan estatuas, los ríos se congelen y en algún lugar del mundo algún tonto, en este caso yo, quede envejeciendo solo hasta su muerte, o hasta que a las manijas les de la gana de moverse de nuevo. No, esto es diferente, el tiempo se congela pero yo sigo aquí como si nada. Es entrar a una dimensión diferente donde nadie tiene la más mínima oportunidad de entenderte, es ser un fantasma visible y palpable que a todos les gusta pisotear si no pueden ignorarlo, es levitar a la misma hora, 11:32 Pm, carcajeándome mientras todos lloran por unos minuticos más. Siento que puedo hacer lo que quiera, nada ni nadie me puede atrapar, es como estar en otra dimensión paralela donde todos son iguales, como estar viendo el reflejo del mundo que sigue dando vueltas y vueltas alrededor del sol. Suelo estar en otra sintonía, por eso fingen que me entienden mientras yo finjo entenderlos, eso es parte del día a día y hasta me sorprendería entender a alguien de primera después de tanto practicar lo contrario. Pero hoy no es así, es un poco diferente, las palabras de mis interlocutores se quedan estancadas en algún punto del oído medio. Los oigo pero no los escucho, pero no es que no quiera, es que mi cerebro travieso se niega a crear imágenes basadas en los cantos de las cuerdas vocales de gente ten lerda, simplemente se sale de mis manos. Entonces hice como siempre, me reí de forma casi natural, y asentí, luego antes de que al tonto le diera por contarme otra anécdota sin estructura fondo o relevancia me levante y me aleje, por supuesto que después de dar una excusa valida para el momento y el lugar. Me quedé observando cada detalle, cada movimiento, cada curva que se dibujaba por las manos y los pies, pero debo admitir que hasta ahora no he podido encontrar un solo porqué. Es obvio que no hay porqués aquí, todo se mueve en pleno desorden, como una representación en miniatura del caos mismo, que según dicen algunos tuvo su momento de fervor hace un tiempo indefinido, durante un tiempo abstracto que al parecer aún no se inventaban. Nunca me han gustado las curvas porque dan la impresión de infinito, tampoco las rectas porque limitan demasiado, y así, pensando bobadas como esta suelo pasar los días de mi vida. Pero ese no es el punto, he divagado demasiado cuando suelo ser demasiado cortante.

 Lo más importante es lo que pasó ahí mientras me sentía realizado, mientras tomaba un vaso de gaseosa que no hace más que explotarme un millón de veces en el ducto digestivo antes de perderse, dejando ese sabor extraño en la boca que ni con toda la saliva del mundo he logrado quitarme. Ahí se apareció ese olor a tierra húmeda que me provocó ganas de vomitar y me hizo voltear de forma inmediata. Solo pude pensar una cosa “No puede ser”, mi mente se negaba a procesar la información que estaba recibiendo, mis brazos que siempre me estorban cuando no los uso se fueron derritiendo de a poco, gotica a gotica mientras en el fondo de mi ser, allá donde no llegan ni los sueños, una risita se escapaba por la rendija superior de una celda de máxima seguridad. Escenas asquerosas desfilaban por mi mente, peor que la muerte y el mismo sufrimiento, el encierro sin movimiento alguno, y uno que otro simbolismo que no entendí por lento, pero que seguramente representan casos horripilantes. El sudor que me congelaba las sienes, mi vista que se tornaba turbia mientras todo se alejaba, y ya todo se veía muy lejos, inalcanzable, mientras mis oídos eran bombardeados por bajos y altos sin control sobreponiéndose de forma grosera y sinsentido. Chispazo, la veo torturando un par de gnomos de jardín en un ambiente lleno de ceniza, mi pulso cardiaco evolucionando, convulsionando, alto, bajo, alto, y otra vez la oscuridad. Trueno, una mancha blanca que sube y baja frente a mis ojos cerrados, su figura que se menea al compás de un ritmo que nunca he podido sintonizar, un minuto que se escurre y su lóbrega mirada que apaga las luces de nuevo. La vibración de mi pierna derecha y mis ojos que se niegan a abrirse mientras entran explosiones de todos los tamaños por mis oídos, estaba seguro que olía a carne asándose sobre un par de baldosas de marfil, pero ahora todo se ve confuso, siempre pasa eso cuando se mira hacia el pasado confiando solo en la memoria. Nada, luego su rodilla. Nada, luego su cuerpo entero, pero en desorden, un rompecabezas que se vislumbraba al fondo del pasillo. Nada y luego su rostro muerto, pálido y congelado, mis manos derretidas y mis pies clavados en la tierra húmeda que con su olor repugnante por poco me hace vomitar. Todo se perdió de nuevo, se fue cayendo cada gramo de luz para perderse en el infinito disfrazado de sombras. Solo tuve fuerzas para mirar el reloj y darme cuenta que aún eran las 11:32 Pm, que nada había pasado, o que me estaba volviendo loco poco a poco, y que debería comprar un reloj nuevo en el cual pudiera confiar. Y mientras un sinfín de oraciones resbalaban por mi mente solo tres palabras podían describir a la perfección mi estado: asombrado, perdido y diminuto.

Por: Juan José Cadena D.