martes, 6 de mayo de 2014

Aquí


Es de importancia máxima darnos cuenta de lo delicado de la situación. Existe un conglomerado uniforme de erupciones volcánicas que se desatan al unísono cada cierto tiempo en un lugar que no le importa a nadie. ¿Cuál es la relevancia de unas cuantas patadas de un ahogado cualquiera que lucha incesante  por no ser triturado por tan descomunal fuerza endemoniada? No, no vale siquiera la pena gastar neuronas en un detalle tan ínfimo; no vale la pena abrir la puerta a ese extraño aventurero que se quita el sombrero y nos sonríe con esos dientes mugrientos y esos ojos inexpresivos e impávidos. Aquí no valen ni las grandes hazañas de gigantescos seres alados; no caben los tiros al aire de un demente, los gritos de guerra de hordas iracundas, ni el resplandor del mismísimo sol que insiste en hacerse presente hasta que su último suspiro se deslice en forma de lágrima por la mejilla bien maquillada de una niña recién nacida. No, aquí no vale nada, aquí no cabe nada, aquí todo se archiva en el cajón más rebuscado de una cueva que nadie conoce. Aquí solo vale lo que hay, lo que ya existe, lo que no se dibuja en el lienzo interminable de una imaginación mundana e incrédula que se desnuda al compás de los tambores sin siquiera darse cuenta de la inmundicia en la que se revuelcan; aquí caben las epopeyas del día a día, el salir por la puerta de atrás porque no querías verle la cara al vecino, el darle la mano al abogado pretendiendo que en verdad lo respetas, el dar media vuelta y encontrarse con un circo indescriptible por la ridiculez misma de su fugaz existencia; caben bombas, cabe fuego, cabe el salir corriendo sin un rumbo fijo por el pavor que llevas represando entre tus venas, entre los mismos pensamientos que quieres evitar. Aquí todo se traza sobre una mesa redonda sin asientos, un espectáculo sin comienzo ni final ni espectadores, pero con trama, una trama que se cayó de la mesa y un gordinflón con mal aliento que está allá arriba sin querer mover un dedo por andarse burlando de la bruja que vive tres cuadras más abajo. Pero está aquí, todo sigue aquí, inmerso en este vaivén nauseabundo, en este recorrido inminente por la torpeza y los simbolismos. Y no, aquí no valen los símbolos tampoco; no se puede perder tiempo en espionajes lejanos que terminan dando resultados poco satisfactorios que te envuelven y se introducen en tu cuerpo, mimetizándote con esa porquería en movimiento, dejándote alejado de lo que en verdad es importante, restregándote mil veces contra el pavimento hirviendo y disfrutando el proceso de ver tus llagas supurar. Aquí nada huele mal, aquí nada huele, aquí nada existe más de lo estrictamente necesario porque ya nos hemos dado cuenta de cuán innecesario es aquello. Aquí no hay contexto, aquí no hay cielo azul, morado, o negro; aquí nadie te pregunta cómo estás sin detenerse a escuchar la respuesta. Aquí, estás aquí, despierta de esas visiones taciturnas, date cuenta que no eres un volcán de esos, que no tienes por qué serlo que tienes opciones, o mejor dicho, que no tienes opciones porque las opciones no existen en realidad. Aquí se me caen las páginas y no importa, aquí las letras se desfiguran y me doy cuenta de que se ven mejor así; íuqa on em atropmi on renet oditnes; alb alb alb. Aquí estoy, aquí me quedo, aquí no he terminado de jugar billar con una banda de maleantes, aquí no existo.


Por: Juan José Cadena D.