Es
de importancia máxima darnos cuenta de lo delicado de la situación. Existe un
conglomerado uniforme de erupciones volcánicas que se desatan al unísono cada
cierto tiempo en un lugar que no le importa a nadie. ¿Cuál es la relevancia de
unas cuantas patadas de un ahogado cualquiera que lucha incesante por no ser triturado por tan descomunal fuerza
endemoniada? No, no vale siquiera la pena gastar neuronas en un detalle tan
ínfimo; no vale la pena abrir la puerta a ese extraño aventurero que se quita
el sombrero y nos sonríe con esos dientes mugrientos y esos ojos inexpresivos e
impávidos. Aquí no valen ni las grandes hazañas de gigantescos seres alados; no
caben los tiros al aire de un demente, los gritos de guerra de hordas
iracundas, ni el resplandor del mismísimo sol que insiste en hacerse presente hasta
que su último suspiro se deslice en forma de lágrima por la mejilla bien
maquillada de una niña recién nacida. No, aquí no vale nada, aquí no cabe nada,
aquí todo se archiva en el cajón más rebuscado de una cueva que nadie conoce.
Aquí solo vale lo que hay, lo que ya existe, lo que no se dibuja en el lienzo
interminable de una imaginación mundana e incrédula que se desnuda al compás de
los tambores sin siquiera darse cuenta de la inmundicia en la que se revuelcan;
aquí caben las epopeyas del día a día, el salir por la puerta de atrás porque
no querías verle la cara al vecino, el darle la mano al abogado pretendiendo
que en verdad lo respetas, el dar media vuelta y encontrarse con un circo
indescriptible por la ridiculez misma de su fugaz existencia; caben bombas,
cabe fuego, cabe el salir corriendo sin un rumbo fijo por el pavor que llevas
represando entre tus venas, entre los mismos pensamientos que quieres evitar.
Aquí todo se traza sobre una mesa redonda sin asientos, un espectáculo sin
comienzo ni final ni espectadores, pero con trama, una trama que se cayó de la
mesa y un gordinflón con mal aliento que está allá arriba sin querer mover un
dedo por andarse burlando de la bruja que vive tres cuadras más abajo. Pero
está aquí, todo sigue aquí, inmerso en este vaivén nauseabundo, en este
recorrido inminente por la torpeza y los simbolismos. Y no, aquí no valen los
símbolos tampoco; no se puede perder tiempo en espionajes lejanos que terminan
dando resultados poco satisfactorios que te envuelven y se introducen en tu
cuerpo, mimetizándote con esa porquería en movimiento, dejándote alejado de lo
que en verdad es importante, restregándote mil veces contra el pavimento hirviendo
y disfrutando el proceso de ver tus llagas supurar. Aquí nada huele mal, aquí
nada huele, aquí nada existe más de lo estrictamente necesario porque ya nos
hemos dado cuenta de cuán innecesario es aquello. Aquí no hay contexto, aquí no
hay cielo azul, morado, o negro; aquí nadie te pregunta cómo estás sin
detenerse a escuchar la respuesta. Aquí, estás aquí, despierta de esas visiones
taciturnas, date cuenta que no eres un volcán de esos, que no tienes por qué
serlo que tienes opciones, o mejor dicho, que no tienes opciones porque las
opciones no existen en realidad. Aquí se me caen las páginas y no importa, aquí
las letras se desfiguran y me doy cuenta de que se ven mejor así; íuqa on em atropmi
on renet oditnes; alb alb alb. Aquí estoy, aquí me quedo, aquí no he terminado
de jugar billar con una banda de maleantes, aquí no existo.
Por:
Juan José Cadena D.