martes, 26 de agosto de 2014

Intranquilidad onírica

La última vez que morí era martes por la tarde
Y lo vi sin remordimiento alguno desde un balcón.
Recuerdo la carne triturada en el suelo,
El olor metálico que se atoraba en la garganta,
Sombras que corrían sin rumbo fijo, sin coordinación.
Era muy temprano y nadie habitaba las calles,
El cielo se me escurría entre los párpados
Mientras el campo se llenaba de payasos alegres
Y sentía el palpitar de mis músculos corriendo.

Me gusta el sentimiento cuando nadie me entierra
Y de seguro es porque no pasa muy seguido.
Me gusta la putrefacción emergente en el aire,
Los gritos enfrascados en un iris inquieto y juguetón,
Caer de espaldas con la vista en un punto fijo
Que te observa con una negligencia insoportable.
Me gusta perderme en el vacío retorcido
Que se crea en un espacio lleno de incomodidades,
Multiversos incomprendidos,
Secretos yuxtapuestos.
Secretos,
Murmullos escoltados por un par de labios pálidos
Que hacen un pacto indiferente y no dan más;
Estrepitosos tumbos en una habitación oscura.
Puerta sellada,
Caminantes que la ignoran,
Crecientes ganas de mover los brazos,
Inexorable destino de quien nunca respiró.

Siento la piel helada y parece ser que no me importa
Mientras el pináculo de mi existencia se me hace esquivo,
Mientras me impregno de una humanidad inútil
Que dispara canciones sin sentido en todas direcciones;
Estoy un tanto harto de morir entre quimeras  mediocres,
De ahogarme en los manantiales más calmos y cristalinos,
De deambular entre gusanos incoherentes e insensatos.
Tal vez por ser instrumento de bajo calibre
Cohabito las arenas más oxidadas e innecesarias
Del  desierto menos conocido,
Soy un garabato transicional dibujado en un cuaderno,
La esencia irracional que es capaz de juzgarse
Y con sin igual vehemencia arrasa los jardines.

Ya se me cayó el techo,
Ya fui atropellado,
Ya me ahogué,
Me incendié,
Exploté,
Me caí,
Me accidente,
Estuve enfermo,
Y me dieron de baja.
Se acabaron las sorpresas y sigo aquí sentado,
La emoción se fue esfumando ante la eternidad
Que palpita frente a esa desnuda y amarga silueta;
Y solo quedan habladurías incoloras,
El sinsabor de un insípido letrero,
Un absurdo recién nacido entre lágrimas
Esperando su turno para agonizar,
Para ver sus sueños arder,
Para existir.

Por: Juan José Cadena D.


  



sábado, 9 de agosto de 2014

Caída libre

Existen siempre momentos inexistentes
Que se entrelazan con sueños inconclusos;
Oleadas de minutos intransitables
Camufladas entre insultos inocentes,
Pensamientos enredados en la lengua
Que quieren encontrar la eternidad.
Y se deslizan entre gotas de lluvia
Paralizadas a pocos centímetros del suelo,
Acurrucados entre fugaces ideales
Que saltaron sin poder abrir los ojos.

Gritamos en oscuros laberintos
Dibujados por nuestra propia ignorancia,
Nos desinhibimos entre carcajadas,
Nos arrastramos entre podredumbre,
Nos extasiamos entre tristezas ajenas;
Saltan, se revuelcan, nos arañan;
Existen, nos miran, se esconden.
Observamos desde la mórbida comodidad
Reflejada junto a la luz de la luna,
Una sombra imperecedera atrapada en
Un aullido perdido en el desierto.

Yo me quedo siempre sentado
A la espera de un relámpago
Con los oídos bien tapados.
Me encuentro entre dos vidrios
Resquebrajados desde sus adentros,
En medio de una ambigüedad,
De un latente ir y venir sin sentido,
De una visión fortuita del futuro
Escurriéndose entre mis venas.
Aterrorizado por voces conocidas
Escondidas al otro lado del cristal,
Por difusas figuras ambulantes
Discutiendo sobre sinsentidos;
Siento caer los retratos secretos
Como impertinentes susurros
Que se introducen en mi oído,
Los palpitantes llantos,
El olvido.

Por: Juan José Cadena D.