viernes, 12 de diciembre de 2014

Lo admito



Admito que no andaba buscando nada,
Que solo quería mantenerme despierto
Mientras el reloj daba sus vueltas matutinas
Y la luz se encendió desde el otro lado del pasillo.
Admito que no hice nada para evitarlo,
Que el mundo se encogió de repente
Para que pudiéramos hablar de sinsentidos,
Para sentir que podíamos morir ahí
Entrelazados en una vaga esperanza
Con sabor a tabaco y eternidad.
Entonces fue necesario sacudir las manos
Para fingir que éramos los mismos,
Para ser portadores de alas infernales,
Para no olvidar nuestros silencios,
Nuestras culpas.

Admito que sabía que era incorrecto,
Que caminaba con mi moral a cuestas
Por un camino estrecho y sin final aparente
Con plena consciencia de mis actos;
Jugando a ser un fantasma,
A existir de vez en cuando,
A estar un poco perdido
En paisajes que  frecuento y desconozco.
Admito que sentía,
El universo era un afluente infinito
De sensaciones al alcance de mi mano
Desdibujándose tan solo para resurgir,
Para mostrar la importancia de su ser;
Y no importaba el cielo sobre mis ideas,
No importaban los espacios en blanco
Que se interponían con fuerza bestial
Entre espiraciones longevas de confianza
Nacidas en una dimensión inexistente,
No importaba dejar de lado los días
Enmarcados entre noches irreales
Que reconocieron nunca concluir;
Una minúscula eternidad.

Admito que fui franco,
Era el momento de emprender un viaje,
Llevaba un morral lleno de recuerdos
Resguardados por una botella de vino
Que nunca sentí la necesidad de mostrar.
Admito que me desesperé,
No tenía manera de estar ocupado,
De modo que revoloteaba entre sueños
Desempolvando teorías, reviviendo marionetas,
Dándole itinerarios vagos a mis pensamientos.
Pero el tiempo siempre se termina
Cuando se habla de nosotros los mortales:
Por eso la sequía se convirtió en promesa
Mientras la promesa se transformó en olvido.
El problema es que el olvido se camufla
Con la perfección inaudita de la lluvia,
Entonces se siente el aire más liviano
Y las miradas se entrecruzan con naturalidad,
Pero admito que no era tan temprano,
Los espejos son mecanismos propios
Que el instinto juzga mejor que la razón;
La lluvia es agua y nada más.

Admito que las noches siguen siendo largas,
No eternas, es cierto, pero insoportablemente largas.
Admito que las distracciones no son suficientes,
La vida aún existe entre parpadeos inconclusos
Y el problema es que no hay problema alguno.
Admito que hubo relámpagos de expectativa  
Que se escurrieron entre frases mal elaboradas.
Admito que se me acababan los segundos
Y no podía hacer más que mirar el cielo
En busca de una pregunta más, de un rostro.
Admito que mi alma no podía estar más contenta,
Que las materias de esa índole nos son ajenas
Y no nos queda más que sentarnos y observar
Sentados en el mismo lugar de siempre,
Donde solíamos encontrar nuestros demonios,
Nuestros más profundos errores.

Admito que fue mi culpa,
Que el remordimiento no me alcanza
Por el simple correr de mis sentidos,
Por el trotar descalzo sobre tierra santa
Entre sollozos ajenos que nadie escucha.
Es extraño transitar las mismas calles
A sabiendas de que todo es diferente,
Nostalgia que empaña los cristales,
Siempre a la espera de algo más.

Admito que no quiero volver a sacudir la mano,
Aun estando seguro de que esta vez es necesario.
Admito que se me acabaron las palabras,
Aunque los gestos parecen no cumplir su labor.
Admito que no quiero retroceder el tiempo,
Que me topé con mi más ansiada fantasía,
Que es inmensurable el calor de las palabras,
Que, a fin de cuentas, no andaba buscando nada.

Por: Juan José Cadena D.  

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