Los
martes pretendo no ser nadie. Me levanto de la cama y entro al baño haciendo un
gran esfuerzo por no ver mi reflejo y se me nublan los ojos ante imágenes de
todas las vidas que no me tocó vivir antes de espabilar y retomar las labores
básicas de supervivencia a las que me veo sometido por razones que nunca me
serán reveladas. No encuentro placer alguno en la manera en que la mayoría de
los que conozco interpretan ese fantasma alado que llamamos realidad, y es, quizás,
esa la razón por la que el tintineo de una lejana melodía tiene más impacto que
el derrumbamiento de un edificio que observaba todos los días desde mi balcón;
y parece ser que solo en la rutina encontramos el refugio que nos es prometido
por todos los que denominamos sabios, la manifestación física de sensaciones
que nos son ajenas por la lejanía interminable y creciente que se interpone
entre las dimensiones que tanto nos jactamos de conocer aunque sea en la más
mínima expresión de un par de frases que no hacemos más que reinterpretar a la
luz de nuevos eventos en nuestra vida. Entonces desayuno con la vista fija en
un retrato que no me dice nada por más que le hablo y me quedo con muchos
diálogos que dan vueltas en mi mente mientras tratan de perfeccionarse a través
de autodescubrimiento; pobres, si tan solo supieran que no son más que un destello
de imaginación que jamás existió no perderían el tiempo que no tienen en cavilaciones
numéricas tan imaginarias como ellos mismos, e incluso es posible que
encontraran más alegrías en el fondo del cajón que ocultan de sí mismos por
respeto a sus principios. Y mi camino se enmarca entre sombras ambulantes que
dicen conocerme y me hacen gestos que, en teoría, reconozco a la perfección y
no requieren explicación alguna; el problema es que sigue siendo martes y no
entiendo nada que no tenga sentido desde los instintos, el problema es que
observo rostros transmutar para generar vagas imágenes que intentan generar
caminos por mi inconsciente y guiar a buen puerto el encuentro de dos almas que
divagan entre el imperceptible oleaje de la calma, el problema es que hoy el
sol no tiene conexión alguna con mis piernas y respiro alucinaciones tan
intermitentes como mis ganas de volver a ser alguien, de existir en un marco
transparente e impermeable que se agita ante mis tentativas de volver a mis
inicios y cambiar. Siento el frío arder entre mis venas bajo nubes que se
acoplan a las ideas más incomprendidas trazadas por la mano de algún artista
desconocido hace un par de años desde el otro lado del globo terráqueo y me
pregunto por qué somos tan iguales y decimos ser tan diferentes, y me abrigo
porque el frío parece ser demasiado y respiro un par de veces más para no caer
desmayado en medio de paisajes subnormales que quieres esconderse de mis
miradas distraídas, y corro porque a veces correr me hace sentir humano y me
detengo porque siento que debo respirar de nuevo; entonces me regocijo en las
tinieblas que brotan de un par de miradas de desconcierto y las acojo como
ingrediente esencial de un mañana alegre, de la súbita presencia de un aura
incolora que revolotea sin cesar entre mis dientes. No ser nadie implica soñar
despierto aunque esos sueños puedan resumirse en un ir y venir de ilusiones de
importancia nula, cerrar los ojos y encontrarte con incoherencias un tanto
legibles y abiertas a interpretaciones que se desdibujan ante una frase que se
quedó en el aire y no pudo volar; hay ocasiones en las que llegar a tu destino
no es suficiente y la noche parece reconstruirse desde tus adentros para que la
luna exista, y es solo en esos escasos segundos de lucidez cuando te encuentras
con la escuálida y lóbrega figura de tu pasado sin la necesidad de hacerle una
mueca, y se miran en una mutua aceptación del presente que parece desmoronarse
entre ambos, que se desvanece bajo las sábanas en ese abrazo con sabor a humo y
se torna interminable. Y amanece y ya soy alguien, una sombra más que elige
peinarse frente al espejo y hablar de ciertos temas; a veces me canso de ser
yo, de tomar decisiones que siento tan ajenas cada día y creerme a ratos que no
soy uno más. En este juego de números impares la suerte y la ceguera parece
ser lo único que nos aleja de ser mortales.
Por:
Juan José Cadena D.
No hay comentarios:
Publicar un comentario