lunes, 26 de marzo de 2012

Mensajes Ocultos

Estuve ahí sentado mucho tiempo, midiendo el aire con la delicadeza de las ondas, llovió ceniza y una sonrisa hipócrita se dibujo en mi rostro mientras finalmente decidía levantarme.  Camine por el prado que llegaba hasta mi cintura, me ahogaban los pensamientos oscuros de aquel valle infinito lleno de desniveles y trampas, y se posaban en mis brazos los silbidos de los llantos que se oían muy lejanos. Nada me podía detener porque no me importaba nada, simplemente quería moverme rápidamente en aquella dirección nunca antes conocida, o ya vista muchas veces desde otras perspectivas.  No tenía ningún afán, todo iba a su ritmo, de ese mismo modo la tierra decidió acompañarme en mi travesía, y nos movimos en formas onduladas por el pastizal arrogante y peligroso.

Me encontré solo nuevamente al voltearme y no ver mas que un enorme samán rodeado por un campo de fuerza morado, sentí su soledad, sentí como le dolían los silbidos del viento y las miradas de las nubes alargadas sobre su corteza, y lloré en silencio por no apreciar el precio del dolor, y por fijar mi mente en cosas nada importantes. Y mientras aun sentía el suave llanto atravesar mi cuerpo, llegue al limite del jardín. La única forma de pasar era volando como me lo habían advertido, y la única forma de volar es creyendo como yo mismo había respondido. Cogí el impulso necesario y me elevé sin complicación, sentí las partículas del rápido viento rozar cada centímetro de mi piel, y o por primera vez en mi vida una sonrisa sincera me acogió. Ya habiendo pasado el muro no quise volar más, me parecía peligroso volverme adicto a esa sensación tan parecida a la libertad, pero es que a fin de cuentas ¿No somos todos adictos a nuestros sentidos?
Seguí caminando y me adentré en la casa que se posaba en la montaña, esta fría y sucia, tal y como la esperaba. Las sombras se escondían al escuchar mis pasos, pero era imposible no percibir su asqueroso olor a muerte fresca y sus huellas transparentes estampadas en cada muro. Me dirijo lentamente hacía mi cuarto en medio del desorden, mientras tanto veo como las ideas fluyen y se enmarcan en las paredes, bailan al ritmo de la música proveniente de las afueras, y todas se conectan en perfecta armonía dando giros indefinidos por el espacio que se perdió.

Y ahora ya en la soledad absoluta me aterroriza lo que encuentro, no solo son los reflejos de las acciones de mi alma, veo como mi cuerpo se convierte lentamente en todo lo que temo, trastornando la estancia en una sala de tortura medieval en la que sobresalen los retratos de mi alma. Cada cuadro es una historia en la que entro para conocer un poco más de mi, llego a conocer lo que no debía conocer, llego a temer a la imagen del espejo, y poco a poco pierdo conciencia de la realidad.

Grito y corro tratando de huir de mi mismo, pero solo me encuentro con las flores coquetas que me miran pasar y se dicen cosas al oído, y a lo lejos los arboles maestros, con la sabiduría de la tierra impregnada en sus hojas me señalan y me gritan. Siento las ondas del viento que me atacan mientras las nubes cambian de color y se dirigen hacia mí en un torbellino indescriptible, grito nuevamente antes de caer.

Una risa sínica me despierta, y ya sin duda alguna me levanto sabiendo exactamente lo que debo hacer, y sin pensarlo dos veces empiezo mi camino.

Por: Juan José Cadena D.

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