Estuve ahí sentado mucho tiempo, midiendo el aire con la delicadeza
de las ondas, llovió ceniza y una sonrisa hipócrita se dibujo en mi
rostro mientras finalmente decidía levantarme. Camine por el prado que
llegaba hasta mi cintura, me ahogaban los pensamientos oscuros de aquel
valle infinito lleno de desniveles y trampas, y se posaban en mis brazos
los silbidos de los llantos que se oían muy lejanos. Nada me podía
detener porque no me importaba nada, simplemente quería moverme
rápidamente en aquella dirección nunca antes conocida, o ya vista muchas
veces desde otras perspectivas. No tenía ningún afán, todo iba a su
ritmo, de ese mismo modo la tierra decidió acompañarme en mi travesía, y
nos movimos en formas onduladas por el pastizal arrogante y peligroso.
Me
encontré solo nuevamente al voltearme y no ver mas que un enorme samán
rodeado por un campo de fuerza morado, sentí su soledad, sentí como le
dolían los silbidos del viento y las miradas de las nubes alargadas
sobre su corteza, y lloré en silencio por no apreciar el precio del
dolor, y por fijar mi mente en cosas nada importantes. Y mientras aun
sentía el suave llanto atravesar mi cuerpo, llegue al limite del jardín.
La única forma de pasar era volando como me lo habían advertido, y la
única forma de volar es creyendo como yo mismo había respondido. Cogí el
impulso necesario y me elevé sin complicación, sentí las partículas del
rápido viento rozar cada centímetro de mi piel, y o por primera vez en
mi vida una sonrisa sincera me acogió. Ya habiendo pasado el muro no
quise volar más, me parecía peligroso volverme adicto a esa sensación
tan parecida a la libertad, pero es que a fin de cuentas ¿No somos todos
adictos a nuestros sentidos?
Seguí caminando y me adentré en la
casa que se posaba en la montaña, esta fría y sucia, tal y como la
esperaba. Las sombras se escondían al escuchar mis pasos, pero era
imposible no percibir su asqueroso olor a muerte fresca y sus huellas
transparentes estampadas en cada muro. Me dirijo lentamente hacía mi
cuarto en medio del desorden, mientras tanto veo como las ideas fluyen y
se enmarcan en las paredes, bailan al ritmo de la música proveniente de
las afueras, y todas se conectan en perfecta armonía dando giros
indefinidos por el espacio que se perdió.
Y ahora ya en la
soledad absoluta me aterroriza lo que encuentro, no solo son los
reflejos de las acciones de mi alma, veo como mi cuerpo se convierte
lentamente en todo lo que temo, trastornando la estancia en una sala de
tortura medieval en la que sobresalen los retratos de mi alma. Cada
cuadro es una historia en la que entro para conocer un poco más de mi,
llego a conocer lo que no debía conocer, llego a temer a la imagen del
espejo, y poco a poco pierdo conciencia de la realidad.
Grito
y corro tratando de huir de mi mismo, pero solo me encuentro con las
flores coquetas que me miran pasar y se dicen cosas al oído, y a lo
lejos los arboles maestros, con la sabiduría de la tierra impregnada en
sus hojas me señalan y me gritan. Siento las ondas del viento que me
atacan mientras las nubes cambian de color y se dirigen hacia mí en un
torbellino indescriptible, grito nuevamente antes de caer.
Una
risa sínica me despierta, y ya sin duda alguna me levanto sabiendo
exactamente lo que debo hacer, y sin pensarlo dos veces empiezo mi
camino.
Por: Juan José Cadena D.
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