Salí a caminar rodeado
de millones de sensaciones un tanto oscuras, tan solo para encontrarme una vez
más con la sosegada quietud de mi raciocinio mentiroso. No entiendo por qué
siempre ando entre ideas prestadas y sentimientos ajenos, cómo hago siempre
para encontrarme con ese punto desnudo en el horizonte que pareciera perderse
entre ráfagas milenarias de odio hacia el material elástico que nos mantiene cohesionados
a esta realidad tan imperfecta. Siento en mis venas palpitar las luchas
presentes y futuras, y el pasado se me desdibuja en los talones como si ya no
fuera parte de mí; pero no hay siquiera que pensarlo, sigue haciéndome tropezar
contra la inverosímil libertad que nos venden día a día entre tenebrosas
amenazas de una muerte dolorosa. Yo me arrastro, me escabullo, me introduzco
con los ojos cerrados a la profundidad más mórbida de mi mente, un salón de
juegos con sabor a tabaco de mala calidad, un olor putrefacto que aliviana tu
existencia porque te hace pensar que eres superior, el jefe, el dueño de una
subjetividad latente que se tambalea para hacerte pasar ridículas situaciones
banales. Mis sueños me hablan de universos paralelos y viajes interestelares,
de la idea de despertarme y encontrarme en un recinto oscuro y cerrado donde
puedo gritar a todo pulmón hasta que mis cuerdas vocales sientan el ardor infernal
de la muerte y el olvido; cuando nadie escucha, hablar es una total pérdida de
tiempo, pero se sigue hablando, siempre se habla para sentir que la vida no se
nos seca entre los dedos, evaporándose para nunca más volver y al mismo tiempo nunca
más irse. Yo sigo caminando porque el camino está ahí, porque las posibilidades
se siguen ensanchando, porque la respiración se agita si me quedo mucho tiempo
quieto, porque me encuentro rodeado de figuras desalmadas que deambulan y se
quieren encontrar conmigo casi con tanta fuerza como yo quiero evitarlas. Y
corro entre junglas de rostro inertes, sumergiéndome en la pestilencia de la
monotonía crónica y luchando por no ahogarme una vez más, dando patadas de
ahogado para sentir que hice hasta mi último esfuerzo aunque sé que todo
resulta teniendo un valor igual a cero. Es necesario recostarse y entregar tu
cuerpo a ideas que no son tuyas, dejarte llevar por un río que tiene corriente
pero no tiene destino, una estampida que te succiona el alma pero no sabe qué
hacer con ella por la inutilidad y la incoherencia misma de sus actos. Y ya no
quedan sorpresas, veneno con sabor a eternidad, alaridos dibujados en la pared
de un hospital de bajo presupuesto, una luna que se esconde tras las nubes
porque se dio cuenta de que nadie la estaba viendo. El único problema que queda
es la parte instintiva, la bestia que se niega a desaparecer y da tumbos contra
todo lo que encuentra porque entiende que la naturaleza no puede ser tan egoísta
y que todo lo que se aprende es un vil engaño del destino caprichoso,
sentimientos de placer que se deslizan en un tobogán que te encamina a una
identidad laxa y desorientada, un niño pequeño que apedrean por no demostrar su
hombría. Ya nada es mío, me pierdo en un
vacío tan inmutable como inexorable, levito sin rumbo ni consciencia; ya he
muerto muchas veces antes pero creo que no hay nada peor que darse cuenta de
esa muerte porque la sientes en cada centímetro cuadrado, en cada poro, en cada
sensación que desaparece con lentitud y se extingue como la llama que te
representa en el santuario de tus seres queridos. Y me voy con ganas de más
pero sin fuerzas, con la idea de que no hay nada más triste que una despedida
transitoria empapada de rabia y de malas intenciones. Me voy acostumbrando a
ser un tonto, un ignorante, alguien que nunca llegó a ser.
Por: Juan José Cadena
D.
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