lunes, 10 de febrero de 2014

Un hecho lamentable

Entre hechos un tanto extraños y unos cuantos sorbos de cerveza se fue pasando la noche con su ya muy reconocido aura un tanto melancólico. Silencio encubierto por una serie incoherente de sonidos bizarros, apagón consentido de la misma realidad.  ¿A qué sabe la noche?, a lo mismo que sabe el día solo que todo se siente un tanto mejor. Andar en la sombra resulta siempre de cierta manera cómodo para los que saben aprovecharlo, pero eso es algo más que irrelevante. Lo importante es entender que es noche estuvo salpicada por una serie de acontecimientos que volvieron el ambiente tenso y difícil de digerir, todos se miraban tratando de disimular sin mucho éxito esa combinación de irritación e impotencia que se forma entre la boca del estómago y la garganta. El reloj seguía su tic-tac interminable mientras los temas de conversación se reciclaban y todos entendían de a pocos la aparentemente incomprensible idea de que nadie tenía nada que decirle a los demás ahí reunidos. La escena se notaba un tanto cómica si la lograbas captar desde el ángulo correcto, el tedio se elevaba minuto a minuto y sonaba por tercera vez una canción que a nadie le gustaba.  

En definitiva, no quería estar ahí, tenía ganas de salir corriendo en medio de gritos irreverentes que podrían considerarse ofensivos en cualquier contexto. Pero qué más podía esperarse de alguien que había salido muy tranquilo hace menos de dos horas de su cita semanal con el psicólogo para encontrarse con la noticia de que al fin alguien tenía noticia de ella. Ella no tenía nombre porque nunca habían cruzado palabra y él no sentía tener la importancia suficiente para ponerle uno. Ella era un ser fantasmagórico que iba y venía en el tiempo para atormentar sus días más felices y entristecer sus días más alegres, vivir con  su presencia resultaba, por lo tanto, una experiencia auténtica de conformarse. Ella era un ideal, una utopía. Ella era ella, no tenía que ser nada más, no podía ser nada más.

Trago de cerveza. Miradas que se cruzan. Trago de cerveza. Tic nervioso en la pierna izquierda. ¿Cómo evitar un tic nervioso cuando acabas de vivir algo así? Entre trago y trago los sentidos se fueron apaciguando un poco, bajando el calibre de lo que sentía en el cuerpo y avivando la llama que se retorcía tras sus ojos, en lo más profundo de su alma. Arriba y al baño. Puerta se abre al frente, puerta que se cierra atrás. Seguro puesto. Vio su rostro desdibujado en el espejo, vio esa mirada con que solía ver antes de acostarse, vio ese par de agujeros negros que succionaban hasta su propia alma. Una, dos, tres lágrimas. Cuando consumes alcohol tienes que hidratarte, así que tomó agua hasta sentir ganas de vomitar. Puerta que se abre al frente, puerta que se cierra atrás. Trago de cerveza. Miradas que se cruzan dejando más incógnitas que claridades.

Las malas noticias siempre parecen caídas del cielo porque te destrozan el cráneo de un momento a otro. Los sueños deben ser muy costosos para romperse con tanta facilidad. La cerveza se acabó y el reloj siguió girando incesante. Se levantó y se fue sin dar explicaciones, sin esperar ser extrañado, sin ganas de cruzar miradas de nuevo. El camino se hace largo si no quieres pensar en nada, se vuelve una pintura abstracta que no quieres ver por mucho tiempo, un alarido lúgubre que no quieres despertar pero tiene un sueño demasiado liviano. Andar entre melancolías es tratar de escabullirte entre pasillos infernales teniendo como única certeza que te van a atrapar, pero, de cierta manera, vale la pena hacerlo; siempre vale la pena hacerlo. Llegó sin planearlo al lugar que esperaba y no quiso hacer nada diferente a lo usual, la rutina hala más que las olfateadas malolientes de demonios encapuchados en tu mente. Cuando nunca has tenido nada es muy difícil perder algo, pero pasa de vez en cuando; ha de ser extraño perder tu esencia sin haberte dado cuenta que tenías una, extraviar en vías intransitables la pisca de humanidad que te quedaba.

Despertador. Bañarse. Comer. Seguir adelante. Ocupaciones un tanto mediocres pero siempre oportunas a la hora de estar un tanto desaminado. El día a día incesante, sentir en tu piel todo lo que no existe, acostarse en una playa desierta a volverse viejo y morir. Se puso su traje de gala y se encaminó a la puerta. Puerta que se abre adelante, puerta que se cierra atrás. Se encontró con el infinito cósmico, con abstracciones perfectas de imaginarios colectivo, con los ires y venires de alguien que no está del todo extraviado. Era natural sentirse de esa manera. Todo un mundo ante sus ojos. Tanta mierda a sus espaldas.

Por: Juan José Cadena D.



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