martes, 6 de noviembre de 2012

Tratando de Entenderlo Todo


Asombrado, perdido y diminuto, esas serían las palabras perfectas para expresar el estado en el que me encontraba. Y ni siquiera estaba así, más bien era como estar pero no estar al mismo tiempo, ese estado bizarro pero común en el cual todo lo que pasa por tus ojos se reduce a luces y sombras. No les voy a mentir, cuando estoy así me siento completo, autentico,  siento que de un estornudo el mundo se mueve un poquito a la derecha, o a la izquierda, la verdad perdí la noción del espacio hace una o dos horas. Tampoco puedo hablarles con claridad de tiempo porque mi reloj esta parado en las 11:32 Pm, y les confieso que es lo mejor que me ha podido pasar en la vida. No confió en otros relojes, son muy inocentes y manipulables, a veces creo que están destinados a  cargar demasiada importancia sobre sus espaldas, ¿o debería decir manijas?, la verdad no me importa. El punto es que si el reloj no se mueve es porque el tiempo no avanza, o al menos así lo siento yo, y no me refiero a que todos se vuelvan estatuas, los ríos se congelen y en algún lugar del mundo algún tonto, en este caso yo, quede envejeciendo solo hasta su muerte, o hasta que a las manijas les de la gana de moverse de nuevo. No, esto es diferente, el tiempo se congela pero yo sigo aquí como si nada. Es entrar a una dimensión diferente donde nadie tiene la más mínima oportunidad de entenderte, es ser un fantasma visible y palpable que a todos les gusta pisotear si no pueden ignorarlo, es levitar a la misma hora, 11:32 Pm, carcajeándome mientras todos lloran por unos minuticos más. Siento que puedo hacer lo que quiera, nada ni nadie me puede atrapar, es como estar en otra dimensión paralela donde todos son iguales, como estar viendo el reflejo del mundo que sigue dando vueltas y vueltas alrededor del sol. Suelo estar en otra sintonía, por eso fingen que me entienden mientras yo finjo entenderlos, eso es parte del día a día y hasta me sorprendería entender a alguien de primera después de tanto practicar lo contrario. Pero hoy no es así, es un poco diferente, las palabras de mis interlocutores se quedan estancadas en algún punto del oído medio. Los oigo pero no los escucho, pero no es que no quiera, es que mi cerebro travieso se niega a crear imágenes basadas en los cantos de las cuerdas vocales de gente ten lerda, simplemente se sale de mis manos. Entonces hice como siempre, me reí de forma casi natural, y asentí, luego antes de que al tonto le diera por contarme otra anécdota sin estructura fondo o relevancia me levante y me aleje, por supuesto que después de dar una excusa valida para el momento y el lugar. Me quedé observando cada detalle, cada movimiento, cada curva que se dibujaba por las manos y los pies, pero debo admitir que hasta ahora no he podido encontrar un solo porqué. Es obvio que no hay porqués aquí, todo se mueve en pleno desorden, como una representación en miniatura del caos mismo, que según dicen algunos tuvo su momento de fervor hace un tiempo indefinido, durante un tiempo abstracto que al parecer aún no se inventaban. Nunca me han gustado las curvas porque dan la impresión de infinito, tampoco las rectas porque limitan demasiado, y así, pensando bobadas como esta suelo pasar los días de mi vida. Pero ese no es el punto, he divagado demasiado cuando suelo ser demasiado cortante.

 Lo más importante es lo que pasó ahí mientras me sentía realizado, mientras tomaba un vaso de gaseosa que no hace más que explotarme un millón de veces en el ducto digestivo antes de perderse, dejando ese sabor extraño en la boca que ni con toda la saliva del mundo he logrado quitarme. Ahí se apareció ese olor a tierra húmeda que me provocó ganas de vomitar y me hizo voltear de forma inmediata. Solo pude pensar una cosa “No puede ser”, mi mente se negaba a procesar la información que estaba recibiendo, mis brazos que siempre me estorban cuando no los uso se fueron derritiendo de a poco, gotica a gotica mientras en el fondo de mi ser, allá donde no llegan ni los sueños, una risita se escapaba por la rendija superior de una celda de máxima seguridad. Escenas asquerosas desfilaban por mi mente, peor que la muerte y el mismo sufrimiento, el encierro sin movimiento alguno, y uno que otro simbolismo que no entendí por lento, pero que seguramente representan casos horripilantes. El sudor que me congelaba las sienes, mi vista que se tornaba turbia mientras todo se alejaba, y ya todo se veía muy lejos, inalcanzable, mientras mis oídos eran bombardeados por bajos y altos sin control sobreponiéndose de forma grosera y sinsentido. Chispazo, la veo torturando un par de gnomos de jardín en un ambiente lleno de ceniza, mi pulso cardiaco evolucionando, convulsionando, alto, bajo, alto, y otra vez la oscuridad. Trueno, una mancha blanca que sube y baja frente a mis ojos cerrados, su figura que se menea al compás de un ritmo que nunca he podido sintonizar, un minuto que se escurre y su lóbrega mirada que apaga las luces de nuevo. La vibración de mi pierna derecha y mis ojos que se niegan a abrirse mientras entran explosiones de todos los tamaños por mis oídos, estaba seguro que olía a carne asándose sobre un par de baldosas de marfil, pero ahora todo se ve confuso, siempre pasa eso cuando se mira hacia el pasado confiando solo en la memoria. Nada, luego su rodilla. Nada, luego su cuerpo entero, pero en desorden, un rompecabezas que se vislumbraba al fondo del pasillo. Nada y luego su rostro muerto, pálido y congelado, mis manos derretidas y mis pies clavados en la tierra húmeda que con su olor repugnante por poco me hace vomitar. Todo se perdió de nuevo, se fue cayendo cada gramo de luz para perderse en el infinito disfrazado de sombras. Solo tuve fuerzas para mirar el reloj y darme cuenta que aún eran las 11:32 Pm, que nada había pasado, o que me estaba volviendo loco poco a poco, y que debería comprar un reloj nuevo en el cual pudiera confiar. Y mientras un sinfín de oraciones resbalaban por mi mente solo tres palabras podían describir a la perfección mi estado: asombrado, perdido y diminuto.

Por: Juan José Cadena D.

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