lunes, 10 de septiembre de 2012

Un Momento de Paz


Mientras estaba sentado frente a la ventana se proponía olvidar el pasado, quería resquebrajar cada minuto y triturarlo en una maquina del tiempo sin futuro. Observaba  las ramas de los arboles y buscaba el porque de cada hoja, secándolas con su mirada, ahogando el tiempo infinito que se imprimía en la nada que asomaba por la misma ventana que él miraba ansioso.  No pudo evitar que las gotas de lluvia, que guiadas por el viento tempestuoso  chocaban contra el vidrio amarillento, lo conmovieran hasta las lágrimas. Verlas así, tan indefensas y sumisas, dejándose arrastrar por la corriente, tan insignificantes y carentes de valor, como un barco cargado de esperanza que se pierde en una tormenta en medio del vacio. Sus manos se movían inquietas mientras sus dedos no dejaban de temblar, su mandíbula presionada por los músculos faciales, sus oídos agudizados y su vista perdida en las estrellas nacientes en el horizonte, contándolas, creando formas y situaciones que se tornaban siempre en su contra, masticando de forma suave y prolongada sus sueños e ilusiones.

Se levantó súbitamente y se puso su sombrero. Dio un par de vueltas por la habitación sin encontrarle sentido alguno a los pensamientos tan extraños que lo bombardeaban. Afuera las estrellas seguían su titileo nauseabundo, las luces de la calle aun no se querían apagar, un par de carros bien vestidos navegaban las calles en silencio, como si se fueran a perder en lo profundo de la ciudad enmascarada.

Salió de la casa sin hacer ruido ni dejar rastro y por fin tuvo el valor de cumplir lo que hace tanto tiempo se había prometido. Y en los vidrios ya muy viejos, en los que tantas horas malgastó, no se encontró nada más que la transparencia repugnante de lo que a nadie le importaba.

Por: Juan José Cadena D.

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