miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ni Aquí Ni Allá



Mientras seguían frente a frente parecían un par de fantasmas navegando contra la corriente en las nubes. No quería mirarla a los ojos pues nunca lo había hecho y no sentía necesidad alguna de hacerlo ahora, pero aun con su conciencia posada en las lejanas ramas del infinito, su vista era atraída magnéticamente hacía el azul tan infinito como el cielo mismo.  Examinó su bolsillo izquierdo con tranquilidad, de forma ordenada, como si todo estuviera escrito hace tiempo y no quisiera saltarse ninguna pausa que pudiera interferir en la perfección absoluta. Tomó su mano con suavidad, con la misma dosis de ternura con la que solía observar el vuelo de las palomas mensajeras al atardecer, y de forma casi imperceptible dejó el trozo de vidrio que por breves instantes pareció sinsentido posado en la palma de su mano izquierda. Brillaron, o al menos así lo sintió al escuchar los cantos casi apocalípticos del latir del corazón ajeno, tan cercano y tan distante, tan inalcanzable y adorado; esos golpes secos que se ponían cada vez uno más cerca del otro buscando que el silencio desapareciera en un sinfín de percusiones que nadie más escucharía en el tiempo infinito de un instante. Y todo olía al amanecer en un domingo tranquilo, se respiraba la paz que tomó la pieza tan extraña de su mano, transformándola, iluminándola, dándole un porque sin objeción alguna de parte del pulso cardiaco que aun no entendía nada.


El fuego de una revolución hace tiempo ya encendida ahora se apagaba sin afanes, y cada llama se iba desnudando en su debido momento para dar el último salto hacía la nada, repentino y sin motivos. Cerró los ojos para sumergirse por última vez en el infinito de los recuerdos que marcan una vida, pero solo encontró la oscuridad helada que intentaba abrazarlo sin importar su voluntad. Se sacudió con fuerza hasta encontrar algo muy parecido a la libertad, aun negándose a aceptar el mundo con los ojos abiertos. Cuanto dolor y cuanta espuma marina desperdiciados, como si el tiempo fuera una armadura que no siempre calza a la perfección, que siempre jugara con los imanes del reloj cuando estas mirando hacia la vida, todo tan inútil y espontaneo, como un parpadeo que ni siquiera se siente o se recuerda.


Y ya estando tan lejos se buscaron en el fondo del horizonte, al pie de las montañas y hasta en las entrañas del mar, escarbando las nubes y las olas que se abrían al paso de la mirada sin vacilar. Se buscaron tanto que terminaron escondiéndose el uno del otro, sabiendo que la tierra ante ellos se estiraba y sus sentidos se perdían en el lado oscuro. Aun sin querer aceptarlo terminaron ya inservibles, sentados ante un cristal multicolor que los asustaba, y aun con la vista fija en el vacio infinito que los separaba.


Por: Juan José Cadena D.

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