martes, 5 de junio de 2012

Aquí Sin Nada



En medio del silencio abrumador y la oscuridad infinita de la madrugada, no hallaba la forma de silenciar su conciencia. Siempre que sus ojos se cerraban venía a su mente la imagen de esa calle ya lejana en tiempo y espacio, tan solo iluminada aquella noche por una farola titilante que amenazaba con dejarlos a la intemperie. Nunca se miraron, o al menos no al mismo tiempo, si se oyeron tan solo lo saben las ráfagas del viento moribundas y opacas. Recordaba todo, cada minúsculo detalle de ese cartel que había observado durante tanto tiempo muerto buscando distraerse, o al menos fingir hacerlo. Todo era importante, era un dibujo enmarcado de la belleza de la humanidad en ese momento, y por eso ahora aun después de tanto lo tenía tan presente. Jamás se hablaron, por lo menos no con palabras, y sus ojos nunca se vieron reflejados en la infinidad de los rayos multicolor de los sentimientos ajenos. Y así lo recordaba, con el mismo frio en su piel y en su pecho, con la misma gota de sudor resbalando lentamente, casi imperceptible, por su sien izquierda.  Y recuerda como dolía respirar, ese amargo trago de locura, ese temblar de sus músculos, recordaba sus parpadeos lentos y tristes que proclamaban un futuro incierto, o tal vez no tan incierto. Quería que fuese incierto, quería saber como olvidar y recordar lo que había hace tiempo aprendido, quería perderse en los planos existenciales, voltearse y hablar, hablar claramente hasta que el futuro fuese incierto. Escuchar y tal vez ser escuchado, sentarse ahí en la misma calle ante esa luz frágil y compartida para que pasasen siglos, uno tras otro hasta perder la cuenta, para luego reírse y escuchar de nuevo, escuchar el canto de la risa para siempre, vivo o muerto, ya estando ahí sentado daba lo mismo respirar.

Se preguntaba como no había llorado ni gritado furiosamente, no entendía pero no importaba no entender. Se preguntaba de vez en cuando si alguien entendía algo o si todo era simple teoría muy bien argumentada. ¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo dejar de sentir el calor helado del silencio prolongado? Ni siquiera se acordaba de su propio nombre o sus razones, lo único que quedaba en su cabeza  revoloteando indescriptiblemente era esa misma secuencia. Su pasado era ese momento, su presente recordarlo, y el futuro se volvía el más fiero enemigo al alejarlo lentamente de esa calle, de aquellos ojos esquivos y de aquellos gestos solitarios, alejándolo de todo lo que le había llegado a importarle alguna vez en esa vida sucia y miserable.

Y por más que luchaba no olvidaba lo único que valía la pena desechar, ese oscuro momento en que la tenue luz de la calle dio un brinco estruendoso y los dejo volando en el vacio. Quedaron nadando en el espacio sombrío, deslizándose con suavidad entre la nada. Quedaron plasmados tan cerca que casi se sentían, sin tocarse sintieron cada vertebra, cada suspiro y cada musculo del otro, frente a frente se observaron con suavidad, palpándose eternamente en un segundo. ¿Paso en verdad? No hay forma alguna de asegurarlo, pudo ser tan solo un sueño muy lucido. Y cuando al fin se lanzó hacia aquello que mataba  dándole razones para vivir se encontró sin nada más que el frio aire entre sus manos. Manoteó desesperadamente en toda dirección hasta caer de rodillas al suelo, se desplazo a gatas sin importarle sus heridas, buscándola sin esperanza alguna en la nada, llorando. Y entre lágrimas y sangre cayó tendido en las tinieblas, tan patético como siempre, tan patético como se hallaba ahora mismo en la habitación donde los primeros rayos del sol empezaban a vislumbrarse por la ventana.

Por: Juan José Cadena D.

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