viernes, 28 de diciembre de 2012

Flashback


El aire helado que se revolcaba a mí alrededor, dejándome atrapado en una serie de remolinos nevados que no dejaban ver más de cinco metros hacia cualquier dirección. No sé si era neblina o el aliento de miles de soldados enemigos que nos rodeaban, no quería pensar en eso, a la hora de la verdad ni siquiera sabía si pensaba en algo diferente a la batalla. Revise mi bolsillo izquierdo, aparentemente soy surdo, y tan solo encontré un anillo bastante oxidado, seguramente expuesto al agua y al viento inclemente de todos los climas y todas las alturas. ¿Estoy casado? No puede ser, si lo estuviera recordaría su rostro y lo tendría en mi mente, siendo ella el icono de la seguridad, el amor, el calor de una chimenea, ¿por qué no la recuerdo? Debe ser por el terrible olor que me rodea, carne putrefacta, aquí han luchado por más de dos días sin tregua alguna. Sigo marchando a un compás que creía desconocer, adelante, atrás y ambos lados solo encuentro filas de personas uniformadas, todos tienen ese aire a vagabundo desalmado y sin futuro que refleja una vida llena de necedades. Uno que otro está muy serio, y ellos son los que tienen más flechas en su hombro izquierdo, deben ser los superiores. Ya está entrando la noche, el cielo se torna indeciso y plano, como si en cualquier momento alguien fuera a reventar una cuerda y dejarlo caer sobre nuestras cabezas que se protegen con cascos bastante grandes y pesados. Creo que no he dormido, o tal vez si dormí pero llevo demasiado tiempo caminando, o simplemente estoy sometido a mucho estrés, pero no, no hay estrés, la vida militar es fácil, sigue todas las ordenes y llegaras a  la cima, seguramente anoche monté guardia.

Por fin nos podemos sentar, mis piernas se deshacen como gelatina y caigo boca arriba, tres o cuatro corren a mi auxilio, sin temor a equivocarme diré que son mis amigos, con los que juego póker por las noches, apostando las pocas pertenencias que tenemos, el pan más que otra cosa. Me miran con mucha preocupación al principio, pero al ver que estoy consciente se ríen, les parezco un flojo, que debería desertar, internamente me burlo de ellos por tener una familia, por tener adonde ir en caso de que deserte. Hago un esfuerzo y quedo sentado, les digo que charlemos un rato y comamos nuestra porción diaria, el de ojos azules y cara de extraterrestre se ríe de nuevo y me recuerda que anoche perdí la comida de hoy, que por eso no tengo energía, que por eso estoy tan flojo. Les lanzo una mirada hipócrita y cambio el tema. Durante la guerra nadie habla de estrategias militares ni calibres de escopeta, mucho menos del futuro o del pasado, todos se acuestan boca arriba a ver las nubes e inventar historias, a ver cómo salir de esa realidad horrenda aunque sea por unos segundos. Por eso es que los guerreros de corazón, que le brindan su cuerpo y alma a las batallas, nunca saben nada a ciencia cierta, todo lo imaginan, todo es hermoso a sus ojos, todo brilla después de ver los ojos de un cadáver puestos en el infinito. Creo que soy un novato, aún sé muchas cosas, aún siento el viento en mi cara, me desnuda, me hace bailar, siento como se contorsiona frente a mis ojos. Soy radical y crédulo, me importa demasiado entender, planear el siguiente paso, eso en la guerra no sirve, en la guerra el próximo paso es el último que darás, de resto es un regalo otorgado por las divinidades o el destino.

Todos gritan, no había caído en cuenta que este no es mi idioma, pero lo entiendo a la perfección, es más, he estado hablándolo todo el día y toda la noche, creo que ya está amaneciendo, el cielo se torna zapote, como si se hubiera manchado de sangre y alguien allá arriba estuviera intentando limpiarlo. Tomé mi fusil y corrí a lo que dieran mis piernas, no tengo energía, me arden los músculos y el frio me carcome los huesos. Todos me sacan ventaja en medio de gritos, allá en la lejanía me espera la trinchera que da el pasaporte para unos instantes más en el infierno. No doy más pero sigo corriendo, siento que el aire ya no entra a mis pulmones, estoy corriendo con mis reservas. Ya todos llegaron, no estoy tan lejos, quiero llegar, es lo único que deseo, Rachel me espera en casa con mi hijo que ya debe estar caminando y hablando. ¡Rachel! Ella es mi esposa, por ella correré, le juré que volvería con vida, que no sería otro costal de huesos en medio del campo de batalla. La veo con perfecta claridad, es mi ángel de la guarda, mi musa, mi fuente de la juventud. Por ella corro, por ella doy un poco más del máximo, todo lo que hago es por ella, por verla de nuevo, por besar sus labios aunque sea una vez más. Ahí está la trinchera, ya huele a sudor condensado de muchos soldados, amigos, pares, hermanos de armas. “¡Charles!”  Gritan todos al unisonó, ese es mi nombre, o al menos eso creo. Me arde la espalda después de escuchar un resoplido del aire, un artefacto que cruzó los remolinos helados, es enorme, se expande. Mis tímpanos se revientan, todo es calor y sufrimiento, el estruendo está adentro de mis orejas. Lo último que veo es el rostro angelical de Rachel que me llora, no hay más sufrimiento que el de ella, yo ya no siento nada, creo que no existo. De un salto quede sentado en mi cama, el estruendo seguía en mis orejas, me dolía levemente la cabeza, entonces recordé que desde niño me ha dolido la espalda en la parte alta, lado izquierdo. Voy al espejo y miro el punto exacto, está normal, al palparlo encuentro el rostro de Rachel llorando, un flash, menos de un segundo. De reojo miro mi cama y poco a poco recuerdo que vivo solo, que acabo de graduarme del colegio, que me llamo Francisco y que vivo en una mansión en algún país de América Latina.

Por: Juan José Cadena D.

No hay comentarios:

Publicar un comentario