Tres
personas,
Fueron
tres personas,
En
la misma tarde
Y
con pocas horas
De
diferencia.
La
primera era rubia,
De
labios delgados,
De
piernas largas;
La
primera era risueña,
Se
notaba indecisa y
Con
algún asomo de
Confusión
en sus
Pobladas
cejas,
Yo
la observaba
Distante,
Sin
ganas de
Introducirla
en mi mundo,
Sin
ganas de reconocerla
En
los pasillos cada dos
O
tres semanas,
Sin
ganas de generar
En
un par de horas la
Complicidad
que a veces
Nunca
llega y nos deja
Esperando
en la orilla
La
serendipia que me
Saque
del cíclico encanto
De
unos besos que saben
A
sonambulismo;
La
primera me miraba,
Me
miraba con la desolada
Certeza
de un pasado
Irremediable
en el que
Ya
se habían escrito las
Mejores
páginas y aún
No
se hallaba el interés
En
ningún rincón,
Me
miraba con desgana,
Con
el vago disimulo de
Quien
cubre la obscenidad
Con
las promesas que
Se
hizo cuando era una
Niña
y el mundo seguía
Girando
a su alrededor,
Dando
vueltas y vueltas
Sin
tiempo para mareos
Sosos
o para vomitar por
El
balcón y quedarse
Mirando
el líquido verdoso
Contorsionarse,
Despreciarse,
Reinventarse
a cada instante
Como
la eterna promesa
Iridiscente
que alguna vez
Fue
y sigue siendo en sus
Ratos
libres frente al espejo
Sin
dejar de lado esa dosis
Irreverente
de perturbación
Por
lo que pudo ser.
La
segunda era delgada,
De
cabello corto,
De
rasgos suaves,
De
expresiones fuertes;
La
segunda era el enigma
Que
prometían sus perforaciones,
Sus
pasos alargados,
Sus
ojos más expresivos que
La
misma desnudez,
Sus
movimientos,
Sus
espontaneidades;
La
segunda me ignoraba
Mientras
yo fingía ignorarla
Y
lo hacía bastante bien,
Nuestras
miradas se cruzaban
En
el jugueteo amorfo de
La
curiosidad y se retaban
En
un campo sin reglamento
En
el que siempre parecía
Salir
perdedor por decisión
Unánime
de un jurado
Conformado
por
Sus
manos,
Sus
tatuajes
Sus
zapatos deportivos,
Perdedor
que no juega
Pero
sigue perdiendo
Y
se sigue sintiendo
Como
un perdedor,
Perdedor
que no acepta
La
frialdad como respuesta
Ante
la nada y busca la
Manera
de encontrar
Un
oasis de palabras
En
el silencio de sus
Alargados
labios;
La
segunda me hablaba
Con
la suavidad con la que
Se
derrumba el onírico
Edificio
de los recuerdos
Que
no pasaron,
Con
la temeridad de
Las
últimas frases,
Con
la intención ambivalente
De
quien no se conoce
Lo
suficiente a sí mismo
Para
verse al espejo más
De
dos horas sin sentir
Impulsos
asesinos,
Depresivos,
Egolátricos,
Abstractos,
Suicidas
desde la pasividad
Misma
de sus detalles,
De
sus chaquetas llenas de
Estampados
propios,
De
sus gafas de sol
A
media noche,
De
sus ruedas que
La
llevan a cualquier parte
Un
martes en la tarde o
Un
viernes en la noche
Si
es el caso y logra
Burlar
la triquiñuela diaria
De
su propia depresión
Que
la hace hablar y
Hablar
sin parar cuando
Hace
tiempo que no la
Escucho
y tengo mi
Absoluta
concentración
En
su pequeña nariz
Y
sus alongados labios.
La
tercera ni siquiera existe
Y
de seguro por eso es
Mi
favorita sin punto
De
comparación;
La
tercera es el cigarrillo
Encendido
a las tres de
La
tarde con el tráfico
Deambulando
frente a
Mi
ventana abierta,
La
lluvia que se filtra
Entre
mis dedos y cae
A
cuentagotas en mis pies,
La
burla reiterativa a las
Historias
de amor que
No
terminan y parecen
Estar
condenadas a
Repetirse
sin motivo
O
avance aparente
Y
utilizan las artes
Para
justificar su
Milenario
absurdo;
La
tercera no existe
Y
por eso la conocí
Un
poco aquella tarde,
No
existe y por eso pude
Utilizar
su carro,
Bañarme
en su casa,
Robarle
su encendedor;
Por
su misma inexistencia
Pude
observarla,
Olerla,
Escucharla,
Palparla
sin
Remordimiento
Alguno,
Estar
tranquilo,
Ser
feliz.
Fueron tres,
Maldita sea,
Sí que fueron tres
Aquella tarde.
Por:
Juan José Cadena D.
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