Fuiste
una sombra ambulante y te pareció de cierta manera divertido, yo intentaba por
mi parte encontrarle sentido a un par de palabras que se escaparon en medio de
la bulla silenciosa, palabras que de seguro no valían más que un poco de saliva
malgastada. Pero bueno, así se va la vida entre lamentos e incredulidades,
buscando todos la manera de sentirnos útiles e importantes durante un tiempo
incalculablemente corto, despreciable. Tu sonrisa se dibujaba de una forma
tímida, como pidiendo permiso de a pocos entre un grupo de extraños, pero la
verdad era muy poco relevante, en medio de tantas y tantas ocupaciones creo que
solo yo lo noté. Luego empezaste a hablar y hablar mientras otro personaje
fingía prestarte atención y un par de perros peleaban en la lejanía. Asentías la
cabeza con incredulidad, tu interlocutor miraba de reojo las nubes que parecían
hechas a mano y con extremo cuidado. Contacto visual y cambio de tema, risas
incomprendidas que se supone nadie más escucha, sangre de perro fluyendo por la
calle. No deberías haberte vestido de verde, se nota que nunca detallas el aura
que emites por las mañanas, pues si lo hicieras hubieras estado de un azul
oscuro. Te veías contradictoria, un gato persa sin cola o un águila ciega.
Parecía que ocultases la importancia del eco de las noches anteriores, que
intentaras mostrarte amplia y majestuosa, multifacética y ambigua, pero el resultado
no era más que una pantalla quebrantable por cualquier leve movimiento de la
Tierra.
Yo
ya estaba cansado de verte y decidí dar media vuelta. Sol a toda potencia y
pensamientos encontrados, nunca supe definir la base en la que puedo dibujar
libremente mis cuentos infantiles, obteniendo como único resultado fijo la
incomprensión de mí mismo y una serie de emociones demasiado fuertes. Todo
vuela de un momento a otro pero nada puede ser bello, todo está impregnado de
ese aroma putrefacto, de esa serie de demonios mal encarcelados que reclaman su
lugar en la superficie para hacer catástrofes, pero a base de argumentos poco
lógicos los voy convenciendo de que vuelvan a lo más recóndito de mi alma.
Luego me encuentro con mi cuerpo desgastado y me visualizo en cierta prisión
divina, el llamado “límite”, esa cara burlona de todos los que me han intentado
ayudar en la vida, si es que ayudar es demostrarte que no sirves para nada. Ya
nadie ladra por acá, y aunque me encuentre rodeado de almas parlanchinas,
siento que todas andan cabizbajas y con una vela entre sus manos, claro está
que sobre cada vela se posa una ligera llama verde que baila y baila siempre de
forma diferente. Si mi vida fuera como todos la pintan de seguro estaba
hipnotizado, pero no, nada es tan sencillo, y hasta la acción más simple se
tiene que observar de tantos ángulos
como sea posible sin motivo aparente. Pero hoy me rebelé contra todas esas
formalidades, a fin de cuentas estoy seguro que nunca las entendí. Alcé mi puño
y grite por mi libertad sin saber muy bien qué es lo que significa, cuando te
burlaste de mí a escondidas, confieso que sin pronunciar palabra te di la
razón.
Te
tomé la mano y te dije que nos fuéramos a desperdiciar lo que nos quedaba de
tiempo juntos, tú me mirabas como diciendo que sí, como diciendo que no. Yo te
acariciaba suavemente el cuero cabelludo mientras tú me mirabas como diciendo
que sí, como diciendo que no. Yo lloraba y jugaba a ser mediador de mis
pensamientos, a ser traductor directo de mi corazón, yo te veía con esa sonrisa
tímida y esos dientes amarillentos, yo te hablaba tanto que te costaba
respirar. Nada, yo solo quería una respuesta clara y ni eso podías darme.
Quería darte un par de golpes, desfigurarte esa nariz puntiaguda, darte razones
para que hicieras algo, para demostrarle al mundo que estabas viva, que no eras
un montón de materia inerte. Tú ahí pasmada, como esperando que el viento te
diera instrucciones claras, como un bufón al que se le acabó el repertorio. Yo
ya no aguantaba más, saqué mi pistola y te la metí en la boca pidiéndote que
movieras la cabeza, era una pregunta simple, cerrada. Sí o no. No sabías, no
sabías nada, creo que hasta se te había olvidado tu nombre. Te saqué la pistola
y dijiste mi nombre y mi fecha de nacimiento, la rabia llegó a su cúspide. Y en
verdad lo siento, no te imaginas cuanto lo siento, lo dañe todo en un segundo.
Después de tanto esfuerzo, sudor y lágrimas, todo lo envié al carajo. Pero
admitamos que la culpa es compartida, si bien yo halé el gatillo, mi sangre no
es la que manchó el retrato que estábamos haciendo juntos.
Por:
Juan José Cadena D.